A veces decimos que nos sacrificaremos en honor al Señor, que todo lo que haremos será para el Señor, que lo haremos con amor y que será para su honra. Y así es que debe ser, ya que nuestro Señor Jesús lo hizo por cada uno de nosotros. Él no pensó en sí mismo, sino en la salvación de todos aquellos que estábamos perdidos. Ese sacrificio perfecto en la cruz es la mayor muestra de amor que ha existido y el modelo que debemos imitar en nuestras vidas diarias.
Cada día debemos manifestar el amor hacia Dios con gracia y dedicación. No se trata de servirle solo cuando tenemos fuerzas o cuando todo va bien, sino de rendirle lo mejor aun en los momentos difíciles. Si tenemos amor, esto es gracias a Él, porque Dios es la fuente del amor verdadero. Por eso debemos hacer las cosas de acuerdo con lo que está escrito en Su Palabra, recordando que la obediencia vale más que cualquier sacrificio ritual. Como dice 1 Samuel 15:22: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios”.
Al sacrificar en honor a Dios tenemos ganancia, no porque busquemos recompensas terrenales, sino porque lo estamos haciendo por nuestro Salvador, aquel que nos libertó de la esclavitud en la que nos tenía Satanás. Él nos rescató con precio de sangre, nos dio una vida nueva y nos hizo hijos de Dios. Por eso todo lo que hagamos debe estar impregnado de honra, gratitud y alabanza. Si Jesús entregó su vida por nosotros, lo menos que podemos hacer es vivir para su gloria.
Algo muy importante es que el sacrificio siempre debe ir acompañado de misericordia, bondad y obediencia. Si falta uno de estos elementos, el sacrificio pierde su valor espiritual. El profeta Oseas transmitió la voz de Dios diciendo: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Oseas 6:6). Esto significa que Dios no se complace en rituales vacíos ni en acciones hechas por obligación, sino en un corazón contrito, lleno de compasión y dispuesto a obedecer su voluntad. Un sacrificio sin amor es simple apariencia; un sacrificio con amor se convierte en adoración genuina.
La carta a Tito nos arroja unas palabras poderosas, que a la vez son de corrección y enseñanza. Nos recuerda que así como nuestro Padre celestial hace el bien, también nosotros debemos hacerlo en su nombre. La fe no es solo creer, sino también actuar en consecuencia.
Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.
Tito 2:14
De esta forma, como el Señor se entregó en sacrificio por nosotros para traer libertad a nuestro espíritu que estaba en cautiverio, así mismo debemos trabajar nosotros con amor y con un corazón lleno de misericordia. No podemos olvidar que hemos sido llamados a ser luz en medio de las tinieblas y portadores de un mensaje de salvación. La mejor manera de honrar a Dios es vivir con gratitud y con la virtud que Él mismo nos ha dado, recordando que somos elegidos para llevar la palabra de vida a los que aún no la conocen.
Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios;
Pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová.Jonás 2:9
El profeta Jonás nos da un ejemplo claro en este versículo. En medio de su aflicción, reconoció que la salvación provenía únicamente de Jehová. Prometió ofrecer sacrificios de alabanza y cumplir lo que había dicho. Ese acto de obediencia y reconocimiento fue agradable delante de Dios. Jonás había experimentado la misericordia divina y, en respuesta, decidió honrar al Señor con un corazón agradecido. Esta actitud nos enseña que el sacrificio aceptable no es aquel que se hace de manera mecánica, sino el que surge de la gratitud profunda por haber sido salvados.
En nuestra vida diaria, también podemos ofrecer sacrificios espirituales al Señor. El apóstol Pablo nos exhorta en Romanos 12:1 a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto racional. Esto significa vivir cada día para Él, apartándonos del pecado, practicando el bien, ayudando al prójimo y guardando fidelidad al evangelio. Esa es la manera más práctica de honrar al Señor con nuestras acciones.
Finalmente, debemos recordar que nuestro sacrificio nunca podrá compararse al que hizo Cristo en la cruz, pero sí puede ser una ofrenda de amor que muestre nuestra gratitud. Cada palabra, cada servicio, cada acto de bondad realizado en el nombre del Señor se convierte en incienso agradable delante de su trono. Por eso, vivamos no para agradarnos a nosotros mismos, sino para agradar al que nos llamó, y así, cuando nuestra vida sea probada, pueda hallarse llena de frutos dignos de alabanza.