Nuestro gozo solo viene de Dios, que conoce cada necesidad espiritual y física en nosotros. Solo Él es quien nos puede sostener en cualquier circunstancia. Ni las riquezas, ni los logros, ni las amistades más fieles pueden llenar el corazón como lo hace la presencia del Señor. Él nos creó, nos conoce íntimamente y sabe cuándo estamos débiles o cansados. Por eso nuestro gozo verdadero no depende de lo que ocurre en el mundo, sino de la seguridad de que Dios está con nosotros en todo momento.
Cada día debemos creer en el Señor, en que Él nos ayudará. En la tristeza y en el desaliento podremos levantar nuestras manos y dar gracias a Dios. Ese gesto de fe, aun en medio del dolor, abre la puerta a la intervención divina. El apóstol Pablo y Silas cantaban himnos en la cárcel mientras estaban encadenados, y allí experimentaron el gozo sobrenatural que proviene de Dios. Así también nosotros podemos cantar en medio de la prueba, porque el Señor es nuestra fortaleza.
Recordemos que nuestra tristeza y lloro no será para siempre, porque Dios tiene el control. Él no nos fallará ni nos desamparará; el Espíritu Santo será siempre nuestro consuelo. La Biblia nos asegura que las lágrimas serán enjugadas y que el dolor será transformado en gozo. Ese consuelo del Espíritu no es pasajero, sino permanente, porque Él habita en los corazones de los que creen. No caminamos solos: tenemos un ayudador fiel que nos acompaña en cada paso.
Cada día vivamos gozosos y alegres delante de Dios, que nada de lo que está alrededor nuestro apague el gozo que fue enviado por el Señor a nuestras vidas. El enemigo intentará robar la paz y el gozo, pero si permanecemos en Cristo, ese gozo permanecerá en nosotros. Jesús dijo en Juan 15:11: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Ese es el deseo del Señor: que experimentemos un gozo pleno y constante.
En el Salmo 118 podemos observar que el pueblo de Israel debía darle sacrificios de honra y alabanza al Señor, porque Dios había traído salvación a sus vidas. Por eso ellos debían regocijarse en el Señor y pronunciar palabras que expresaran gratitud. Este salmo es un cántico de victoria, probablemente entonado en momentos de liberación, donde el pueblo reconocía que Jehová había hecho maravillas a favor de ellos. Esa misma invitación hoy es para nosotros: dar gracias y alegrarnos en el Señor por su fidelidad.
25 Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego;
Te ruego, oh Jehová, que nos hagas prosperar ahora.26 Bendito el que viene en el nombre de Jehová;
Desde la casa de Jehová os bendecimos.27 Jehová es Dios, y nos ha dado luz;
Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar.28 Mi Dios eres tú, y te alabaré;
Dios mío, te exaltaré.29 Alabad a Jehová, porque él es bueno;
Porque para siempre es su misericordia.Salmos 118:25-29
En los versos anteriores también vemos que este pueblo rogaba a Dios por salvación y al mismo tiempo exaltaba su nombre. Esta combinación de súplica y alabanza nos enseña algo valioso: aun en medio de la necesidad, podemos adorar. La fe verdadera no espera a ver la respuesta para glorificar al Señor; lo adora de antemano, confiando en su bondad y en sus promesas. Así, el pueblo clamaba: “sálvanos, oh Jehová”, y al mismo tiempo proclamaba: “alabad a Jehová, porque para siempre es su misericordia”.
Es importante que, así como Dios nos da gozo, también usemos ese mismo gozo para adorarle. El gozo no es solo para disfrutarlo, sino para transformarlo en gratitud y en servicio. Adoremos con cánticos, con oración, con obediencia y con una vida rendida a su voluntad. Cada día que vivimos es una oportunidad para demostrar que nuestro gozo está en Cristo. Él es la fuente de alegría que no se agota, y mientras lo tengamos a Él, siempre habrá motivos para agradecer y sonreír.