Escuchamos muchas personas decir: «El dinero es la raíz de todos los males», y hasta citan la Biblia para decir esto, pero sabemos que no es así, puesto que prácticamente todo en esta vida se mueve con dinero, incluyendo el ordenador con el que se escribió este artículo y el internet que se usó para publicarlo, cuestan dinero, solo por poner un un par de ejemplos. El dinero en sí mismo no es malo, pues es un medio de intercambio, un recurso que facilita la vida y que, usado correctamente, puede ser de gran bendición. El problema surge cuando ese recurso ocupa el lugar de Dios en el corazón humano. Esta frase al igual que otras, viene de leer superficialmente un versículo y malinterpretarlo, y luego se crea una doctrina errada, de algo que la Biblia realmente no dice. Por eso la importancia de prestar más atención a la hora de leer. Recordemos que Jesús dijo que debemos «escudriñar» la Biblia, no solamente leerla.
El versículo del cual se sacó esta frase errada es el siguiente:
Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
1 Timoteo 6:10
No dice «el dinero es la raíz de todos los males», sino que dice «porque la raíz de todos los males es el amor al dinero». Preste atención a la parte que dice «el amor al dinero». No simplemente el dinero, sino el amor al mismo. El dinero puede ser usado para dar de comer al hambriento, para sostener la obra misionera, para educar, para sanar. Sin embargo, cuando se convierte en un ídolo, en la obsesión de la vida, se transforma en un veneno que corrompe el alma y destruye las relaciones.
Es importante leer los versos anteriores para darnos cuenta de qué Pablo habla:
Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;
1 Timoteo 6:9
Este pedazo de contexto de los versos 3 al 10 nos está hablando de aquellos hombres que no se conforman al Evangelio de Cristo, sino que se han envanecido predicando otra cosa y eso incluye su amor al dinero, y Pablo dice que por ese amor al dinero muchos cayeron en lazo y tentación, en muchas codicias necias y dañosas. Aquí Pablo advierte contra la ambición desmedida que lleva a la ruina espiritual. No se trata de tener bienes, sino de poner la confianza en ellos, olvidando que todo proviene de Dios y que nuestra vida no depende de lo que poseemos, sino de la gracia divina.
De manera que, tengamos en cuenta esto tan sencillo: Lo malo no es el dinero, sino el amor al mismo. Cuando amamos al dinero más que a Dios, terminamos esclavizados, pues ya no vivimos para el Señor, sino para nuestras propias pasiones y ambiciones. Jesús mismo lo dijo en Mateo 6:24: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. La riqueza no puede compartir el trono con Dios; uno de los dos dominará el corazón.
Podemos ver en la Biblia ejemplos de hombres que usaron el dinero para la gloria de Dios, como José de Arimatea, quien puso su sepulcro para el cuerpo de Jesús. También vemos creyentes de las iglesias primitivas que vendían propiedades para sostener a los necesitados. En contraste, tenemos a Judas Iscariote, quien por unas monedas entregó al Maestro, y a Ananías y Safira, quienes por amor al dinero mintieron al Espíritu Santo. La diferencia está en el corazón, en la motivación que guía el uso de los recursos.
El amor al dinero produce idolatría, avaricia, corrupción y engaño. Muchos han destruido sus familias, amistades y ministerios por dejarse dominar por la codicia. La historia humana está llena de guerras y conflictos movidos por intereses económicos. Por eso la advertencia de Pablo es tan relevante hoy como lo fue en el primer siglo. El creyente está llamado a vivir contento, como también escribió: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8). La gratitud y el contentamiento son antídotos contra la avaricia.
No olvidemos que Dios es quien da poder para hacer riquezas, como dice Deuteronomio 8:18, pero también advierte que no debemos olvidarnos de Él cuando las bendiciones llegan. El dinero es un buen siervo, pero un pésimo amo. Si lo usamos para servir al Reino, traerá fruto eterno. Si lo usamos para alimentar nuestro egoísmo, traerá dolor y vacío. En el mundo se valora acumular, pero en el Reino se valora dar. Jesús dijo que es más bienaventurado dar que recibir, y nos mostró con su vida lo que significa entregarse sin reservas.
Por lo tanto, el llamado no es a demonizar el dinero, sino a vigilar el corazón. No pongamos nuestra seguridad en cuentas bancarias, inversiones o posesiones, porque todo eso es pasajero. Nuestra verdadera riqueza está en Cristo, y nadie nos la puede quitar. Vivamos administrando con sabiduría lo que Dios pone en nuestras manos, sembrando en obras de amor y justicia, y recordando siempre que el amor al dinero es la raíz de todos los males, pero el amor a Dios es la raíz de toda bendición.