En la vida cristiana, cada paso que damos debe estar marcado por la firmeza en la fe y por la confianza en Dios. No se trata simplemente de caminar por caminar, sino de hacerlo con rectitud, teniendo siempre en claro que nuestros actos y decisiones deben reflejar la luz de Cristo en nosotros. Este caminar requiere valentía, ya que no siempre las circunstancias serán fáciles, pero es allí donde se demuestra el verdadero carácter del creyente. El llamado que hemos recibido no es a la mediocridad ni a la tibieza espiritual, sino a una vida firme y constante en el Señor.
Cada cosa que hagamos en los caminos de Dios, debemos hacerla con firmeza y rectitud, siendo firmes y manteniendo la frente en alto ante cualquier dificultad o problema que se presente.
Pero, la fortaleza viene de Dios, porque cada vez que estamos pasando por luchas en la vida y llegan debilidades que nos agotan, Dios nos ayuda y nos mantiene de pie.
Así que debemos confiar en el Señor con todos nuestros corazones, el Señor nunca nos dejará en el suelo. Dios siempre nos acompañará en todo problema que venga, creamos en Él porque Él es Dios y siempre cumple lo que promete.
Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo,
después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione,
afirme, fortalezca y establezca.1 Pedro 5:10
Creamos cada día en el Dios de nuestra salvación. No dejemos de creer porque el que nos llamó también nos dará el camino para que podamos avanzar, que aunque hayamos padecido un poco resistamos en el Señor, porque esto no será por mucho tiempo, porque pronto recibiremos nuestra recompensa por nuestro Dios soberano y poderoso.
Dios a través de la lucha en el camino nos perfeccionará y nos dará la salida para todas la cosas que nos quieren atacar. Todas las piedras de tropiezo que estén delante de nosotros las quitará con su mano poderosa.
No dejemos de creer en Él, andemos andemos sin temor. Su gracia nos cuidará y nos mantendrá protegidos en todo momento, Esa gracia que sobreabunda, esa gracia que donde quiera que estamos testifica de lo que somos delante de Dios. Resistamos hasta el final y Dios nos dará lo prometido por Él en su palabra que es vida y vida eterna.
El apóstol Pedro, en el versículo citado, nos recuerda que después de un tiempo de sufrimiento, el mismo Señor nos perfeccionará y afirmará. Esto quiere decir que las pruebas no son para destruirnos, sino para hacernos más fuertes. Cada dificultad es un proceso que nos acerca más a la madurez espiritual y nos enseña a depender de Dios. Así, lo que parecía una carga imposible de soportar se convierte en una oportunidad de crecimiento y en un testimonio de fe.
Muchas veces creemos que no podremos continuar, que la lucha es demasiado dura, pero es justo en ese momento cuando Dios muestra su poder y nos renueva las fuerzas. Tal como un padre que sostiene la mano de su hijo cuando tropieza, nuestro Señor nos levanta cada vez que caemos. Esa fidelidad es la que debe mantenernos firmes en nuestra fe, aun cuando no comprendamos todo lo que pasa a nuestro alrededor.
La vida cristiana no es un camino libre de obstáculos, sino un trayecto donde la presencia de Dios marca la diferencia. El creyente que se mantiene confiado, aunque todo parezca estar en su contra, recibirá finalmente la victoria que Dios ha prometido. Esa esperanza es la que nos motiva a continuar, a no rendirnos y a permanecer fieles hasta el final.
Conclusión: No caminemos con temor ni con duda, porque el Dios que nos llamó también nos sostendrá. Si permanecemos firmes en la fe, cada prueba será un peldaño que nos llevará más alto en la presencia de Dios. No olvidemos que al final de todo sufrimiento hay una recompensa eterna, y que nuestro Padre celestial es fiel para cumplir cada una de sus promesas. Sigamos confiando en Él, porque solo en su gracia encontramos la verdadera fortaleza.