Si escuchamos la voz de Dios, nos irá bien, porque estamos poniendo caso a la voz que del que lo conoce todo, Aquel que siempre está atento a su Creación, aunque muchos no lo crean.
Nosotros no nos cuidamos solos, es Dios que en su infinita misericordia nos guarda y nos cuida de todo mal. Si la voz de Dios llega a nosotros, no la ignoremos, escuchemos atentamente lo que nos quiere decir.
La Palabra de Dios nos advierte de cosas que no nos imaginaríamos que pasarían, pues es Dios quien conoce el pasado, presente y futuro.
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace,
le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.Mateo 7:24
El versículo anterior es bien claro. Nos habla de obedecer los mandatos del Señor para que nos vaya bien. Dice el versículo anterior que el hombre sabio escucha la Palabra de Verdad y la pone en práctica, pues esa Palabra de Verdad es la roca, el fundamento, la zapata que lo va a sostener y no permitirá que caiga cuando lleguen las tempestades de la vida.
Por esta razón debemos actuar con sabiduría de lo alto, que cuando Dios nos hable no lo ignoremos, porque Él es Dios y conoce todo, y cuando Él dice algo es porque Él quiere librarnos. Creamos en Él, en Su Palabra que es fiele y verdadera, en nadie más podemos nosotros confiar sino en Dios.
Todo hombre que posee la sabiduría de lo alto, no será derribado, ni su casa, ni su familia, porque Dios lo ayudará, ya que ellos fueron atentos cuando Dios le habló.
No ignoremos la voz de Dios y nos irá bien, seremos apercibidos del mal. Veremos el mal y no nos tocará, porque escuchamos y prestamos atención al Dios que lo conoce todo.
Escuchar la voz de Dios no se limita únicamente a oír con los oídos, sino también a recibir en el corazón lo que Él dice y obedecerlo con humildad. Hay quienes han oído el mensaje de salvación pero lo han dejado pasar como si no fuera con ellos. Sin embargo, aquellos que atienden Su voz, experimentan paz, dirección y la seguridad de caminar bajo Su voluntad.
El mundo ofrece muchos ruidos que intentan opacar la voz del Señor. La ansiedad, la prisa, los afanes y el pecado pueden hacernos sordos a Su llamado. Por eso, debemos aprender a guardar silencio, a tener momentos de oración y comunión con Dios, para que en medio del ruido sepamos discernir cuando Él nos habla. El creyente prudente no se guía por sus emociones o por las modas del momento, sino por lo que el Señor dice en Su Palabra.
La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que atendieron la voz de Dios y fueron bendecidos. Abraham escuchó a Dios cuando le dijo que saliera de su tierra, y por esa obediencia fue hecho padre de multitudes. Moisés oyó el llamado desde la zarza ardiente, y aunque tuvo temor, obedeció y se convirtió en libertador de Israel. Samuel, siendo un niño, aprendió a decir: “Habla Señor, que tu siervo escucha”. Todos ellos alcanzaron grandes cosas porque no endurecieron sus corazones al llamado divino.
De igual manera, la historia bíblica también muestra lo que ocurre cuando se ignora la voz de Dios. El pueblo de Israel, en múltiples ocasiones, desobedeció y sufrió las consecuencias de su rebelión. Esa enseñanza es para nosotros hoy: si prestamos atención, seremos librados; si cerramos nuestros oídos, nos exponemos al peligro. La voz de Dios es advertencia, guía y amor manifestado para nuestro bienestar.
En nuestra vida cotidiana también debemos ejercitarnos en obedecer. Cuando el Espíritu Santo nos redarguye para alejarnos de una mala decisión, cuando nos impulsa a perdonar o a ayudar al prójimo, no lo ignoremos. Cada obediencia, aunque parezca pequeña, es una forma de edificar sobre la roca y asegurarnos de que nuestra vida no se derrumbe ante las tormentas. Así, no solo nos beneficiamos nosotros, sino que también nuestras familias reciben la cobertura de Dios.
En conclusión, escuchar la voz de Dios es una garantía de seguridad espiritual y de bendición. Ignorarla, en cambio, puede traer consecuencias dolorosas. Que cada día podamos apartar un tiempo para leer la Biblia, orar y estar atentos a lo que Él quiere hablarnos. Si lo hacemos, veremos que aunque vengan pruebas, estaremos firmes, porque nuestra casa estará fundada sobre la roca eterna, Cristo Jesús.