En Colosenses 3:18-25 el apóstol Pablo nos habla sobre los deberes sociales en nuestra nueva vida como creyentes. Antes de estas instrucciones, él había señalado la diferencia entre nuestra vida antigua sin Cristo y la nueva vida transformada en Él. Por tanto, todo lo que menciona en estos versículos está profundamente conectado con lo que ya explicó: hemos dejado atrás la vieja naturaleza y ahora debemos caminar en una conducta que glorifique al Señor. No se trata de reglas externas, sino de un estilo de vida que fluye del cambio interno que Cristo produjo en nosotros.
En este pasaje Pablo se dirige a diferentes grupos dentro del hogar y la sociedad: casadas, maridos, hijos, padres y siervos. Con ello cubre prácticamente a todas las personas, mostrándonos que el Evangelio no es solo para el culto dominical, sino para la vida cotidiana, para la manera en que tratamos a nuestra familia y a quienes nos rodean en el trabajo o en cualquier relación social. El mensaje central es que en Cristo ya no actuamos como antes, sino con un corazón transformado y obediente.
Si eres creyente, tu vida familiar debe reflejar ese cambio. Pablo enseña a las casadas a estar sujetas a sus maridos, pero no como una obligación dura, sino “como conviene en el Señor”. Esta sujeción no es esclavitud, sino un acto de amor y respeto que refleja el orden divino. A los maridos se les ordena amar a sus esposas y no ser ásperos con ellas. El amor sacrificial, inspirado en el amor de Cristo por la Iglesia, debe ser la marca principal en el matrimonio cristiano. Cuando Cristo llega al corazón, la aspereza, la indiferencia y el maltrato deben desaparecer, y dar lugar a la ternura, el respeto y el cuidado mutuo.
18 Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.
19 Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
20 Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.
21 Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.
22 Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios.
23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;
Colosenses 3:18-23
En cuanto a los hijos, Pablo les recuerda que deben obedecer a sus padres “en todo”, porque esto agrada al Señor. La obediencia filial no es solo un mandamiento humano, sino un acto de adoración a Dios. Cuando un hijo honra y respeta a sus padres, está honrando también al Creador que le dio la vida. Del mismo modo, a los padres se les exhorta a no exasperar a sus hijos, es decir, a no provocarles con dureza, injusticia o excesivas exigencias que los desalienten. La crianza cristiana debe estar marcada por la paciencia, la instrucción en la Palabra y el amor que edifica.
Finalmente, Pablo se dirige a los siervos, que en aquel contexto eran trabajadores bajo la autoridad de amos. Les enseña a obedecer no solo para quedar bien delante de los hombres, sino con sinceridad, temiendo a Dios. En otras palabras, el trabajo del creyente, sin importar su condición, debe hacerse como si fuera para el Señor mismo. El apóstol concluye con una declaración poderosa: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Esta es una verdad transformadora: cada acción en nuestra vida diaria, desde las tareas más pequeñas hasta las más importantes, puede ser un acto de adoración si lo hacemos con amor y sinceridad para Dios.
Amado hermano, ¿eres padre, madre, esposo, esposa, hijo, trabajador? Sea cual sea tu rol en la vida, recuerda que ya no eres el mismo de antes. En Cristo todo se transforma. Trata a tu familia con paciencia, honra a tus padres, no desesperes a tus hijos, y trabaja con diligencia. No lo hagas por agradar a los hombres, sino porque tu mirada está puesta en el Señor, quien te recompensará. El Evangelio no solo cambia tu vida espiritual, sino también tu vida familiar, laboral y social. Así mostramos al mundo que verdaderamente hemos sido transformados por Cristo.