El libro de Apocalipsis nos arroja muchas de las promesas que el mismo Dios nos ha hecho a través de la visión que le fue dada al apóstol Juan. Este libro, lleno de símbolos, juicios y revelaciones, también está impregnado de esperanza, porque muestra que al final de todas las cosas Dios tendrá la victoria definitiva y Su pueblo será consolado en la eternidad. No se trata de un relato para infundir miedo, sino para sostenernos en la fe, recordándonos que, aunque hoy atravesemos pruebas, lo mejor está por venir.
Hemos llorado, muchos han padecido y otros incluso han muerto por la causa de Cristo, por negarse a renunciar a su fe en Jesús. A lo largo de la historia, incontables creyentes han sido perseguidos y martirizados, pero la Biblia asegura que estas personas pronto tendrán su recompensa. Cuando llegue el día glorioso en que seamos reunidos con nuestro Señor en el cielo, todo sufrimiento habrá terminado y comenzará una eternidad de gozo.
Veamos lo que nos dice Apocalipsis 21:3:
Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Apocalipsis 21:3
Estas palabras transmiten un profundo consuelo. Juan escuchó una gran voz, majestuosa y poderosa, que provenía del cielo mismo. La promesa no es solo que veremos a Dios, sino que moraremos con Él. El Creador del universo descenderá a habitar con Su pueblo redimido, y esa cercanía será el gozo eterno de los hijos de Dios. Ya no habrá separación ni velo, porque Dios mismo será nuestra compañía y nuestro amparo para siempre.
Nosotros estaremos con Él, viviremos donde Él está, y en Su presencia estaremos completamente seguros. El pecado ya no tendrá lugar, las tinieblas no reinarán, y nada impuro podrá entrar en esa ciudad celestial. Allí solo morará la pureza de todos los santos, aquellos que fueron restaurados por la gracia de Cristo y lavados con Su sangre. Seremos un pueblo eterno, gobernando y reinando con Él por los siglos de los siglos.
Debemos abrazar cada día esta promesa gloriosa que el Padre nos ha dado por medio de Juan. Ella es un ancla firme para nuestra fe en medio de un mundo de dolor y confusión. Recordemos que en aquel lugar santo no habrá espacio para el mal, porque todo lo antiguo habrá pasado. Así lo confirma el siguiente versículo:
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Apocalipsis 21:4
¡Qué promesa tan maravillosa! Las lágrimas que hoy derramamos no son ignoradas ni desechadas, porque Dios mismo promete enjugarlas. Todo lo que produce tristeza, dolor, angustia y muerte quedará atrás. Las enfermedades, las injusticias, las pérdidas, las pruebas de la vida y los sufrimientos más profundos dejarán de existir en aquel lugar. Es una garantía divina de que el dolor no tendrá la última palabra.
Esto nos debe llenar de esperanza. Nuestro llanto no es eterno; el sufrimiento que ahora padecemos tiene fecha de caducidad. El mismo Dios que nos acompañó en la tierra será quien personalmente quite nuestras lágrimas, como un Padre amoroso que consuela a sus hijos. Esta cercanía refleja Su amor infinito y Su cuidado detallado hacia cada uno de los que confían en Él.
Por lo tanto, tengamos fe y sigamos hacia adelante. La vida cristiana no está exenta de pruebas, pero la recompensa está más cerca de lo que imaginamos. Cristo está a la puerta, y pronto vendrá a buscar a Su iglesia. No dejemos que el cansancio o la duda nos aparten de este glorioso destino. Si escuchamos Su voz llamando a nuestro corazón, respondamos con obediencia y fe, porque ese día eterno será incomparablemente mejor que todo lo que hemos vivido en este mundo.
En aquel lugar no habrá más muerte, ni clamor, ni dolor. Allí no habrá injusticia ni lágrimas que derramar, porque la luz de Dios iluminará cada rincón y Su presencia será nuestra eterna compañía. Allí no habrá más noche ni más necesidad de sol o luna, porque la gloria de Dios lo llenará todo. Y nosotros, los redimidos, seremos testigos de la consumación perfecta del plan divino.
Querido hermano y hermana, que esta promesa de Apocalipsis 21 sea tu fortaleza en el presente. Si hoy sientes cansancio, tristeza o persecución, levanta tu mirada hacia lo eterno. Cristo ya venció, y en Él somos más que vencedores. Sigamos firmes, sabiendo que lo que nos espera es incomparablemente mejor, una eternidad con Dios donde nunca más habrá sufrimiento, porque Él será nuestra luz, nuestro refugio y nuestra salvación para siempre.