La vida cristiana está llena de retos, de pruebas y de momentos en los que sentimos que nuestras fuerzas se agotan. Sin embargo, en medio de esas situaciones debemos recordar que tenemos una fuente inagotable de fortaleza y consuelo: nuestro Dios. Él es quien nos guarda, nos levanta y nos da las fuerzas necesarias para seguir avanzando cuando pensamos que ya no podemos más. Reconocer a Dios como nuestra porción significa comprender que solo en Él está nuestra verdadera seguridad y esperanza, y que fuera de Él nada nos podrá sostener.
Dios siempre debe ser nuestra porción, Él es quien nos sustenta y nos sostiene todo el tiempo. Él es quien nos ayuda y en los momentos de debilidad nos fortalece y nos llena de Su Palabra de vida.
Esta porción nunca debemos de rechazarla porque esta es la que siempre nos mantendrá atento a todo las cosas que nos quieren hacer daño. Confiemos en Él.
A veces tendemos a desfallecer, pero en vez de recurrir a Dios, recurrimos a mortales que solo nos escucharán y nos darán una opinión errada de lo que ellos en verdad quieren saber.
Mi carne y mi corazón desfallecen;
Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.Salmos 73:26
Cuando meditamos en este versículo entendemos que incluso el salmista, un hombre cercano a Dios, reconocía que su carne y su corazón eran débiles, pero que en todo momento encontraba refugio en la roca firme que es el Señor. Esta declaración es una muestra de fe, pues aun reconociendo la debilidad humana, se reconoce también la fortaleza divina que nunca falla.
Es bueno escuchar unas palabras alentadoras en momentos cuando estamos afligidos, cuando ya no podemos más, cuando aún nuestra carne está abatida y nuestro espíritu desfallece.
Sólo Dios puede enviarnos esa porción que nos hace volver en sí, que nos ayuda levantarnos de y a seguir en pie de batalla. Esa Roca que es Dios, fortaleza nuestra es, porque no hay una persona que vaya delante de Él y Él le rechace. Dios no rechaza un espíritu contrito y humillado, ni lo desprecia.
El salmista siempre depositaba toda su confianza en el Señor, Él era su refugio, aunque tuviera luchas y aflicciones, con todo y esto él le alababa y glorificaba.
La enseñanza que podemos tomar de esta actitud es que la alabanza y la confianza en Dios no deben depender de las circunstancias externas, sino de la certeza de que Él es nuestra roca eterna. Al igual que David, nosotros también podemos atravesar momentos de dificultad, pero si nuestra mirada está puesta en Dios, tendremos la seguridad de que jamás estaremos solos.
Es que debemos entender cada día que si no ponemos nuestra alma y espíritu en las manos de Dios, pues no estaremos seguros, Dios es nuestra fortaleza y confianza. ¿En quién más podemos confiar sino en Él?.
Un hombre bajo la guarda de otro hombre no está seguro, pero si está bajo la confianza y seguridad de Dios, él estará más que seguro. Dios es Dios y debajo de Él no estaremos inseguros porque Él nos protege y cada día nos dará de su porción. Si estás sujetado a la Roca de salvación que es Dios, entonces no te sueltes, porque con Él seguirás seguro en todo tu camino.
Confiar en Dios como nuestra porción no significa que no enfrentaremos problemas, sino que en medio de ellos tenemos un refugio seguro. Los consejos humanos pueden fallar, las riquezas pueden desvanecerse y la fuerza física se debilita con el tiempo, pero la gracia de Dios es eterna y permanece firme. Por eso, aferrarse a Él es la mejor decisión que un creyente puede tomar.
En conclusión, reconocer a Dios como nuestra porción es vivir conscientes de que Él es nuestro sustento, nuestra fortaleza y nuestra esperanza en todo momento. Tal como lo expresa el salmista, aunque la carne y el corazón desfallezcan, el Señor seguirá siendo nuestra roca y porción para siempre. Que esta verdad nos impulse cada día a vivir confiados, sabiendo que con Él tenemos todo lo que necesitamos para perseverar y vencer en la vida cristiana.