Como hijos de Dios somos más que bienaventurados por tener este amor tan grande en nuestros corazones, un amor dado directamente por el Padre celestial, aquel que hizo todas las cosas y que sostiene el universo con el poder de su palabra. No se trata de un amor pasajero o condicionado, sino de un amor eterno, inmutable y perfecto, que nos alcanza día tras día. Este amor nos recuerda que no estamos solos, que pertenecemos a una gran familia de fe y que hemos sido llamados a vivir en comunión con Dios y con nuestros hermanos.
Es un amor que no se acaba, sino que permanece para siempre. Aunque el mundo ofrece amores efímeros y superficiales, el amor de Dios permanece firme, constante e inquebrantable. Este amor tan grande que se nos dio, debemos mostrarlo no como algo nuestro, sino como un reflejo del carácter divino. No podemos presumir de ser sus dueños, más bien debemos enseñar acerca del dador de este amor, el cual es Dios mismo. Él es la fuente de donde brota la misericordia, la paciencia, la compasión y el perdón. Si amamos, es porque Él nos amó primero.
Por eso es bueno e importante habitar todos juntos en armonía, adorando y bendiciendo el nombre del Dios Todopoderoso. La unidad del pueblo de Dios no es un simple deseo, es un mandato y una bendición. Cuando los cristianos se reúnen en un mismo sentir, levantando un solo clamor y rindiendo un mismo corazón, el cielo responde con favor. La armonía espiritual abre las ventanas de los cielos y desata la bendición prometida.
¿Por qué juntos?
Porque cuando estamos todos juntos somos más fuertes. Esto ocurre porque el Dios omnipotente habita en medio de un pueblo que se congrega lleno de amor, de misericordia, de compasión y que también se deja guiar por Él en todo momento. La unidad no significa que todos pensemos igual en todo, sino que, a pesar de nuestras diferencias, compartimos un mismo propósito: glorificar a Dios y proclamar su reino. Es en la comunión donde se fortalecen los corazones, se levantan los caídos y se animan los débiles.
En Armonía
Estar en armonía significa tener un mismo sentir, rendirlo todo ante nuestro Señor, compartir lo bueno con nuestros hermanos y levantar todos juntos nuestras manos en honor al Padre celestial. La armonía espiritual se manifiesta cuando hay perdón, cuando hay servicio desinteresado y cuando existe un amor genuino que refleja a Cristo. Por eso, David exclamó en el Salmo 133 con palabras que siguen siendo vigentes hoy.
1 ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Habitar los hermanos juntos en armonía!2 Es como el buen óleo sobre la cabeza,
El cual desciende sobre la barba,
La barba de Aarón,
Y baja hasta el borde de sus vestiduras;Salmo 133:1-2
David, como pastor de ovejas, conocía bien lo que era la paz de un rebaño tranquilo y el sonido apacible de los arroyos. En esa experiencia, podía entender la belleza de la unidad. Así como el buen óleo corría desde la cabeza de Aarón hasta su vestidura, la unción de Dios fluye en la iglesia cuando sus hijos permanecen unidos. La unción no se queda en un solo lugar, sino que desciende, se derrama y se extiende a todos los que forman parte del cuerpo de Cristo.
Por eso no hay otra cosa mejor que estar en la presencia del Señor, recibiendo de Él paz y amor en abundancia. Su presencia trae descanso al alma cansada, fortaleza al corazón débil y esperanza al espíritu abatido. Esa experiencia no es individual solamente, sino que se multiplica cuando la vivimos en comunidad, cuando juntos experimentamos el derramamiento del Espíritu Santo.
Como el rocío de Hermón,
Que desciende sobre los montes de Sion;
Porque allí envía Jehová bendición,
Y vida eterna.Salmo 133:3
El rocío de Hermón refrescaba la tierra seca, y David utilizó esa imagen para explicar cómo la unidad refresca y da vida al pueblo de Dios. En la comunión fraterna, en la adoración conjunta, Dios envía bendición y vida eterna. La verdadera vida de la iglesia se fortalece cuando existe unidad, porque en medio de la armonía Dios derrama su gloria y manifiesta su presencia de manera poderosa.
Queridos hermanos, vivamos siempre en esa comunión santa, recordando que somos un cuerpo en Cristo. El amor de Dios nos une, la gracia de Cristo nos sostiene y la comunión del Espíritu Santo nos fortalece. Que nuestras reuniones sean siempre un reflejo de esa unidad, que nuestras familias respiren armonía, y que nuestras iglesias sean ejemplo de amor verdadero. Amemos, perdonemos y vivamos en paz, porque donde habita la unidad, allí también habita la bendición y la vida eterna.
En todo momento alabemos a Dios, demos gloria a Él, seamos unidos en todo. Dios es fiel y estará todos los días con su pueblo derramando bendición, amor y paz. Sus misericordias estarán día tras día con nosotros, porque todo lo bueno de Dios se manifestará en medio de la armonía y la unidad de los santos. Amén.