Cómo tener paz en medio de la adversidad

Como creyentes en Jesucristo lo primero que debemos saber es que tenemos paz, no que la tendremos en un futuro incierto ni que debemos esperar circunstancias favorables para experimentarla. La paz de Cristo es un regalo presente, real y constante. Es una paz que está disponible en este mismo instante, en medio de las adversidades, en medio de las dificultades de la vida, en medio de los problemas familiares, financieros o de salud. Nuestro Señor lo afirmó con autoridad al decir: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo». (Juan 14:27). Esta paz no depende de lo externo, sino de la obra interna de Cristo en el corazón del creyente.

El mundo ofrece una paz superficial, una tranquilidad pasajera que desaparece en cuanto llega la tormenta. La paz que Cristo da, en cambio, es duradera y no se ve afectada por las circunstancias. Por eso podemos afirmar con confianza que aunque todo a nuestro alrededor se derrumbe, aunque falte lo material, aunque vengan pruebas inesperadas, aún en esos momentos tenemos paz en Cristo Jesús. La paz que proviene de Él no es frágil, es firme y sólida, porque está basada en su victoria en la cruz y en su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Tenemos como gran ejemplo a los profetas del Antiguo Testamento y a los apóstoles del Nuevo Testamento, quienes supieron regocijarse y mantener la paz en medio de la persecución y de la opresión. Jeremías, por ejemplo, lloró por su pueblo y fue perseguido injustamente, pero nunca dejó de confiar en el Señor. Daniel fue lanzado al foso de los leones, pero mantuvo la paz porque sabía en quién había confiado. Los apóstoles fueron encarcelados, golpeados y despreciados, pero en medio de esas pruebas cantaban himnos y oraban con gozo, porque conocían la paz que sobrepasa todo entendimiento.

El apóstol Pablo es un ejemplo aún más cercano a nosotros. Este hombre supo lo que es sufrir por la causa de Cristo. Pasó de ser un fariseo respetado y con comodidades, a ser un siervo de Jesucristo que muchas veces sufrió hambre, frío, azotes y prisión. Sin embargo, a pesar de todo lo que padeció, nunca perdió la paz. Su vida es un recordatorio de que la paz de Cristo no depende de tener una vida sin problemas, sino de tener un corazón lleno de fe y confianza en Dios.

Pablo, estando preso, escribió palabras que todavía nos desafían hoy:

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!

Filipenses 4:4

¡Qué impactante! Este hombre, encadenado y con muchas necesidades, les dice a los filipenses que se regocijen. Su gozo no dependía de las circunstancias externas, sino de Cristo mismo. Querido hermano, regocíjate en tu peor prueba, alaba a Dios en medio del dolor, porque el Señor ha prometido estar contigo y darte paz. No estamos solos en la batalla; Jesús, nuestro Capitán, va delante de nosotros y nunca abandona a sus soldados.

Pablo continúa su exhortación con un mensaje aún más profundo:

6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.

7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Filipenses 4:6-7

Aquí Pablo nos enseña que la paz de Dios no viene de la ausencia de problemas, sino de una vida de oración. Cuando llevamos nuestras cargas delante de Dios en oración y ruego, con gratitud, recibimos un regalo divino: su paz que guarda nuestro corazón. Esa paz actúa como un escudo contra la ansiedad y el temor. Muchas veces, cuando no oramos, nos sentimos agobiados y sin fuerzas, pero cuando doblamos rodillas y confiamos nuestras cargas al Señor, experimentamos un alivio inexplicable.

Jesús ya había dicho que nos daría paz, y ahora Pablo nos recuerda que esa paz es tan profunda que sobrepasa todo entendimiento humano. Nadie puede explicar cómo un hijo de Dios puede estar tranquilo mientras enfrenta la pérdida de un ser querido, una enfermedad grave o la escasez económica. Sin embargo, esa tranquilidad es real porque proviene del Espíritu Santo, que obra en nuestro interior y nos sostiene en medio del dolor.

Amado hermano, recuerda que Dios nunca está demasiado ocupado para escucharte. Él siempre está presente, siempre dispuesto a recibir tus oraciones, sin importar qué tan grande sea la tormenta. Nuestra responsabilidad es confiar en Él, entregar nuestras cargas y vivir en esa paz que solo Cristo puede dar. No permitas que el miedo ni la ansiedad gobiernen tu corazón. Deja que la paz de Cristo reine en tu vida, y verás cómo en medio de la dificultad puedes descansar seguro en los brazos de tu Salvador.

En conclusión, la paz de Dios no es un concepto teórico, es una realidad que todo creyente puede experimentar hoy. No depende de nuestras circunstancias, sino de nuestra relación con Cristo. Si Pablo pudo regocijarse en prisión, si los apóstoles pudieron cantar en medio de los azotes, nosotros también podemos experimentar esa paz en nuestras pruebas. La promesa es clara: “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús”. Aférrate a esa promesa, y descubrirás que en Cristo siempre hay paz, aun en la tormenta.

Andemos por fe, no por vista
La lámpara del cuerpo son tus ojos