Es normal pasar por aflicciones y densas oscuridades que nos llevan a estar cansados y agobiados, también es normal llorar en esos momentos, los cuales pensamos que nunca saldremos de ellos, sin embargo, debemos comprender, que si estamos en las poderosas manos del Señor, nada puede ser lo suficientemente dificultoso para hacer desmayar nuestra fe.
La vida cristiana no está exenta de pruebas, pero en medio de cada proceso doloroso descubrimos la fidelidad de Dios. Las aflicciones no siempre son resultado de un castigo, sino que muchas veces son la oportunidad perfecta para que nuestra fe se fortalezca, para que aprendamos a confiar plenamente en la provisión, la guía y el consuelo del Señor. Cuando lloramos y sentimos que las fuerzas nos abandonan, ahí mismo el Espíritu Santo nos recuerda que no caminamos solos, que Jesús ha prometido ser nuestro refugio, nuestra roca firme y nuestro sostén.
Aprendemos en la Biblia de un sinnúmero de hombres y mujeres que por fe Dios les dio la victoria para vencer a sus peores miedos o a sus peores enemigos. Abraham creyó en esperanza contra esperanza, Moisés enfrentó al Faraón confiado en la presencia de Jehová, David venció a Goliat proclamando que la batalla era de Dios, y Esther se presentó ante el rey arriesgando su vida pero confiando en la intervención divina. Dios no abandonó nunca a ninguno de ellos y nosotros tenemos esa fiel promesa de que Jesús estaría con nosotros hasta el final:
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Mateo 28:20
¿Estás muy afligido el día de hoy, de manera que te sientes preso y sientes que esta vez no lograrás salir de dicha situación? Quizás enfrentas problemas financieros, enfermedades, conflictos familiares o incertidumbre en tu trabajo. Te recuerdo que Cristo ha prometido estar contigo todos los días hasta el fin, ¿acaso hay mejor o mayor compañía que esa? No podemos estar en mejores manos que en las de nuestro Amado y Señor Jesucristo, en Él estamos seguros y podemos descansar aun en la más triste escena de nuestras vidas.
Cuando sentimos que el dolor es insoportable y las lágrimas no dejan de brotar, es allí cuando debemos correr a los brazos del Salvador. La cruz nos asegura que nunca estaremos solos en nuestro sufrimiento, porque Cristo mismo se identificó con nuestras penas. Él cargó con nuestro dolor, fue despreciado, herido y humillado, y aun así venció. Por tanto, aquel que resucitó y vive para siempre es el mismo que nos acompaña en cada momento de aflicción.
En cierta ocasión el salmista hizo una oración en medio de su aflicción y este día te pedimos que acompañes al salmista a decir estas hermosas palabras a nuestro Señor Jesucristo:
1 Jehová, no me reprendas en tu enojo,
Ni me castigues con tu ira.2 Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo;
Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.3 Mi alma también está muy turbada;
Y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?4 Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma;
Sálvame por tu misericordia.5 Porque en la muerte no hay memoria de ti;
En el Seol, ¿quién te alabará?6 Me he consumido a fuerza de gemir;
Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
Riego mi cama con mis lágrimas.7 Mis ojos están gastados de sufrir;
Se han envejecido a causa de todos mis angustiadores.8 Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad;
Porque Jehová ha oído la voz de mi lloro.9 Jehová ha oído mi ruego;
Ha recibido Jehová mi oración.10 Se avergonzarán y se turbarán mucho todos mis enemigos;
Se volverán y serán avergonzados de repente.Salmos 6:1-10
Este clamor revela la profundidad de un corazón herido pero esperanzado. El salmista no esconde su dolor, lo expresa con lágrimas, reconoce su fragilidad y al mismo tiempo confía en que Dios escucha su oración. Así también nosotros podemos presentarnos tal cual somos, con nuestra carga, con nuestro quebranto, porque el Señor no desprecia un corazón contrito y humillado.
Es importante que hayamos hecho esta oración con fe. Recordemos que ciertamente el Señor no está lejos de nosotros, porque nosotros vivimos en Él y Él mora en nosotros. El Espíritu Santo intercede con gemidos indecibles y nuestro clamor llega al trono de la gracia. Cada lágrima derramada delante de Dios es recogida por Él y transformada en esperanza.
Que nada debilite nuestra fe, porque esas aflicciones que estamos pasando hoy son para hacer de nuestra fe más preciada que el oro. El oro se prueba en el fuego para purificarse, de la misma manera, nuestra fe pasa por el horno de la prueba para salir fortalecida, firme y radiante. Las lágrimas de hoy serán el testimonio de mañana, cuando podamos proclamar que el Señor estuvo a nuestro lado y nos dio victoria en medio de la tormenta.
Por tanto, no pierdas la esperanza. Tu aflicción no es eterna, tu dolor no durará para siempre. Cristo viene con sanidad, con consuelo y con fortaleza. Él promete enjugar toda lágrima y darnos un gozo que el mundo no puede quitar. Así que, en medio de tu tristeza, levanta tu mirada al cielo y confía en el que nunca falla.