Cierto escritor dijo: “La Biblia sufre más de parte de sus creyentes que de parte de sus opositores”. Y es que realmente hoy día nuestros opositores no resuenan tan fuertemente como lo están haciendo aquellos quienes “creen” en la Biblia. Honestamente, es una pena ver todo lo que está pasando en las redes sociales, y es que son miles y miles de personas compartiendo vídeos de predicadores que sin entendimiento y conocimiento del Señor, hablan palabrerías, haciendo un montón de prohibiciones sobre cosas que la Biblia nunca prohíbe.
La triste realidad es que, en vez de levantar el nombre de Cristo, muchos se han dedicado a poner cargas sobre las personas que ni siquiera ellos mismos son capaces de llevar. Se habla más de lo que no se debe hacer que de lo que Cristo ya hizo en la cruz. En lugar de predicar la libertad gloriosa del evangelio, se reparten cadenas y yugos que no tienen fundamento bíblico. Y así, quienes deberían defender la Palabra, terminan distorsionándola y usándola como un arma para condenar en lugar de sanar.
Hoy muchos se han tomado la demanda de decir “lo que ellos creen que es pecado” como si fuesen dioses. La Biblia es la única palabra que tiene el poder de decirnos lo que está bien y lo que está mal. No necesitamos añadirle ni quitarle nada, porque es perfecta y suficiente. Cuando alguien se atreve a colocar sobre los hombros de los demás cargas que Dios nunca colocó, está usurpando el lugar de Aquel que es el único legislador: nuestro Señor Jesucristo.
El legalismo imperante nos está quitando mucho territorio como iglesia y debemos poner un alto a esto. La religiosidad vacía, que se enfoca en las apariencias externas, ha logrado enfriar corazones y apartar a muchos del verdadero evangelio. En vez de predicar la gracia y el amor de Dios, se levantan listas interminables de prohibiciones humanas. El resultado es que las personas, lejos de acercarse a Cristo, se alejan decepcionadas porque no encuentran descanso, sino más esclavitud. Debemos tomar la Biblia para saber cuál es la buena voluntad de Dios y volver a las Escrituras, porque solo en ellas está la verdad.
Recordemos al apóstol Pablo cuando escribió a los Gálatas:
Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Gálatas 1:11-12
Lo primero es que Pablo puso bien en claro a los Gálatas que el Evangelio que él les había predicado no era cosa inventada por hombre, no era basado en emociones o en supuestas revelaciones superficiales, más bien, el evangelio que Pablo había recibido había sido revelado por Cristo. Esa claridad es vital para nosotros hoy. El evangelio verdadero no se ajusta a las modas ni a los caprichos del momento, no cambia con las corrientes culturales ni se acomoda a intereses personales. Es un evangelio eterno, puro, centrado en la obra redentora de Jesús.
La iglesia de nuestros días necesita volver a esa convicción. No podemos conformarnos con un evangelio diluido ni con uno adulterado por mandamientos de hombres. Hay quienes proclaman que seguir a Cristo significa someterse a reglas externas que no tienen base en la Palabra, y en ese error terminan engañando a muchos. El verdadero evangelio, en cambio, llama al arrepentimiento genuino y ofrece perdón gratuito por gracia, mediante la fe en Cristo Jesús.
¿Cuál evangelio has decidido creer? ¿Crees en el evangelio legalista que enseñan hoy día, donde dicen cosas que la Biblia no dice? ¿O crees en el evangelio de la Biblia? Esta pregunta no es superficial, es una cuestión de vida o muerte. El evangelio legalista esclaviza, pero el evangelio de Cristo libera. El evangelio humano condena, pero el evangelio divino justifica. El evangelio adulterado divide, pero el evangelio puro une al pueblo de Dios bajo una misma fe.
Es momento de que en nuestras iglesias recordemos el verdadero significado de la gracia de Dios, del amor de Dios, del evangelio de Jesucristo, que nos quitemos el velo, y que dejemos de estar predicando todas esas cosas que no son el evangelio. Debemos levantar la voz para proclamar que en la cruz se consumó la obra de salvación, que no necesitamos añadirle nada para ser aceptados por Dios. La gracia no es una licencia para pecar, sino el poder de Dios que transforma y nos capacita para vivir en santidad. El mensaje que el mundo necesita no es de prohibiciones arbitrarias, sino de redención en Cristo.
Volvamos entonces a las Escrituras, volvamos al evangelio puro y sencillo que salva. Dejemos atrás las discusiones necias y las cargas impuestas por hombres, y anunciemos con valentía que Jesucristo es suficiente, que Su gracia basta, y que en Él encontramos la libertad verdadera.

