Muertos al pecado

¿Somos cristianos? Entonces debemos saber esto: «Hemos muerto al pecado». Sí queridos hermanos, esto de que hemos muerto al pecado es lo que nos distingue del mundo. Me refiero, ser cristiano no es un llevar un T-shirt que diga: «Te amo Jesús». Ser cristiano es demostrar diariamente con nuestras vidas que realmente somos cristianos. Pero, más allá de lo que podamos mostrar exteriormente, hay algo mucho más importante, y es cómo somos delante de Dios. El cristianismo genuino no se mide en lo superficial, sino en una vida transformada por el poder del Espíritu Santo, que refleja la nueva naturaleza que hemos recibido en Cristo.

Recordemos que los fariseos y escribas en verdad lucían muy bien en sus apariencias, pero por dentro eran sepulcro blanqueado. De la misma manera, nosotros debemos entender que la vida cristiana va más allá de lo exterior. Se basa en vivir una vida plena en Dios, lo cual significa estar muertos al pecado. Estar muertos al pecado no quiere decir que no vamos a fallar nunca, sino que el pecado ya no reina en nosotros, ya no es nuestro amo ni nuestra identidad. ¿Significa esto que debemos vivir pecando? Por supuesto que no. Lo que sí quiere decir es que, cuando pecamos, nos sentimos las personas más miserables de la creación y nos arrepentimos sinceramente delante de Dios. Un corazón regenerado no puede hallar placer en lo que entristece al Espíritu Santo.

El apóstol Pablo dijo:

1 ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?

2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?

3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?

4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

Romanos 6:1-4

En nuestros primeros párrafos ya se hizo referencia a los dos primeros versos, ahora hagamos una corta referencia sobre los versos tres y cuatro. El apóstol dice: «Hemos sido bautizados en la muerte de Jesús». Esto significa que al creer y confesar a Cristo, nos unimos espiritualmente a su muerte y resurrección. Más adelante añade: «Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (V.4). En otras palabras, nuestra antigua vida ha sido enterrada, y al resucitar con Cristo recibimos una nueva naturaleza, capacitada para obedecer a Dios y rechazar el pecado.

Lo que hizo la muerte de Cristo en la cruz fue llevarnos a la salvación, llevarnos al Padre, recuperar esa vida espiritual del hombre con Dios. Antes vivíamos alejados, esclavos de nuestros deseos y de las pasiones de este mundo. Pero el sacrificio de Cristo nos reconcilió con el Padre, y ahora podemos andar en una vida nueva, sostenida por la gracia. Esa vida nueva no es un simple cambio moral, es una regeneración profunda: el Espíritu Santo mora en nosotros, nos santifica, y nos recuerda constantemente que somos hijos de Dios.

Hermanos, lo cierto es que ya no podemos ser iguales. Si hemos muerto al pecado y hemos resucitado con Cristo, entonces debemos alejarnos de todo lo que no le agrade al Señor. Esto incluye hábitos, pensamientos y actitudes que antes nos definían. El mundo nos presiona a volver atrás, pero nuestra mirada está en el cielo, donde está Cristo. No obstante, también debemos saber que cuando pecamos tenemos un abogado llamado Jesucristo, que intercede por nosotros ante el Padre. No usamos esa verdad como licencia para pecar, sino como consuelo para levantarnos cuando caemos.

Morir al pecado y vivir para Cristo es una batalla diaria. Significa tomar la cruz cada mañana, negarnos a nosotros mismos y seguirle. Significa vivir con gratitud, sabiendo que el pecado ya no es nuestro dueño, sino que pertenecemos a Aquel que nos compró con su sangre. Por eso, amados hermanos, seamos coherentes: si hemos muerto al pecado, andemos en vida nueva. Vivamos en santidad, recordemos que la gracia no es excusa, sino poder para vencer. Y confiemos en nuestro Señor, que es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Esa es nuestra esperanza y nuestro llamado como verdaderos cristianos.

Nuestro Dios ha de salvarnos
No es con ejército ni con fuerza