Jesús, causa de división

Cuando leemos los evangelios nos damos cuenta de que el mensaje de Jesús era fuerte, y el día de hoy no podemos tratar de diluir ese mensaje puesto que lo que Cristo predicó fueron cosas que nos hacían entender que nuestro reino no es de este mundo, que necesitamos negarnos a nosotros mismos y que sufriríamos por causa del evangelio. Las palabras del Maestro no fueron discursos para agradar a las multitudes, sino verdades que confrontaban el corazón humano y que exigían una decisión radical. Jesús no vino a proponer una religión cómoda, sino a llamarnos a una vida transformada en obediencia al Padre.

El mensaje de Cristo fue tan explosivo que causaba cierta división y hoy en día aún lo sigue siendo. Debemos comprender algo, todo mensaje, toda exposición que afecte al sistema de este mundo será causa de división, y el mensaje de Jesús apuntaba en contra del sistema de los escribas y fariseos, el cual era un sistema corrupto, queriendo mostrar cierta dureza por fuera, pero por dentro estaban vacíos. Jesús los llamó “sepulcros blanqueados” porque tenían apariencia de piedad, pero en realidad estaban lejos de Dios. Esto nos recuerda que el evangelio no busca apariencia externa, sino un cambio profundo en el corazón.

Cristo dijo:

37 El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;

38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.

39 El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.

Mateo 10:37-39

En pocas palabras, Jesús está diciendo: «Yo debo ser el centro de todo hombre y mujer que ha decidido ser cristiano». De esto se trata el evangelio, de Jesús, no de nosotros, sino de Él. La vida cristiana no consiste en vivir para nuestros propios deseos, sino en rendirlo todo al Señor. No podemos tener a Cristo como un accesorio en nuestra vida, sino como el fundamento mismo de todo lo que somos y hacemos.

Jesús nos desafía a que vivamos una vida consagrada para Dios, y esa vida diferente a los demás algunas veces causará división. Por eso el mismo Jesús dijo que nos aborrecerían y debemos estar preparados para ello, porque ahora le pertenecemos a Él y no a nosotros mismos. El llamado de Jesús es claro: tomar la cruz. Y la cruz no es un adorno ni un símbolo vacío; es un instrumento de muerte. Tomar la cruz significa morir al yo, morir al pecado, rendir cada aspecto de nuestra vida a la voluntad del Padre.

El evangelio que Jesús predicó nos recuerda que no hay términos medios. No podemos amar al mundo y al mismo tiempo seguir a Cristo. La radicalidad de sus palabras todavía retumba en nuestra generación: “El que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. En esta aparente paradoja encontramos la verdadera vida. Al renunciar a nuestros sueños egoístas y a nuestra autosuficiencia, encontramos la plenitud que solo Cristo puede dar.

A lo largo de la historia, miles de hombres y mujeres han comprendido este mensaje y han entregado sus vidas por la causa de Cristo. Algunos fueron misioneros que abandonaron riquezas y comodidades para llevar el evangelio a lugares lejanos. Otros fueron mártires que dieron testimonio con su sangre. Y muchos más, aunque no sean conocidos, han decidido cada día vivir en santidad y obediencia, mostrando al mundo que Jesús es su Señor. Ese mismo llamado llega hoy a nosotros: a poner a Cristo por encima de todo, incluso por encima de nuestros afectos más íntimos.

En nuestra vida diaria, este pasaje nos invita a evaluar nuestras prioridades. ¿A quién amamos más? ¿Qué ocupa el trono de nuestro corazón? ¿Qué cosas no estamos dispuestos a entregar? Jesús no acepta un lugar secundario; Él exige el primer lugar. Esto puede resultar incómodo y hasta doloroso, pero es el camino que nos conduce a la verdadera libertad. Al rendirlo todo a Cristo, experimentamos su paz y descubrimos que nada en este mundo puede compararse con la satisfacción de vivir para Él.

Que cada día podamos recordar estas palabras del Maestro y renovar nuestro compromiso con Él. Seguir a Cristo implica cargar la cruz, pero también significa caminar con Aquel que ya venció. Y aunque el mundo nos rechace, podemos tener la certeza de que somos aceptados por el Padre. El mensaje sigue siendo claro: quien pone a Cristo en el centro de su vida hallará la verdadera vida, la vida eterna, la única que realmente vale la pena vivir.

No niegues a Jesús
No lo puedo callar