Sed hacedores de la Palabra

Estudiar la Palabra de Dios debe ser algo primordial en nuestras vidas, pero también hay otras cosas que se unen a esa prioridad, un ejemplo es la oración. Otra cosa muy importante es tener una meta de para qué leemos y estudiamos la Biblia. La Biblia debe ser estudiada más que para adquirir conocimiento, vivirla o ser hacedores de ella, pues, de nada nos sirve solo conocer y conocer y al final del día no obedecer a aquello que hemos aprendido y estudiado.Por supuesto que la Biblia nos habla sobre esto de que debemos ser hacedores de la Palabra, el apóstol Santiago dijo:

22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

23 Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.

24 Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.

Santiago 1:22-24

El apóstol Santiago es considerado como uno de esos hombres que no tienen «pelo en la lengua» para hablar, él era muy preciso y directo en todo lo que decía, y esta vez, en estos versos nos muestra sus duras palabras cuando escribe esto a aquella iglesia.

Escuchamos un sermón cada domingo durante la semana, y nos preguntamos: ¿Cuál es nuestro propósito cuando leemos o cuando escuchamos el sermón? ¿Es solo escuchar y leer? No debe ser así mis queridos hermanos, puesto que todo lo que escuchamos o estudiamos de la Biblia debe ser para que crezcamos espiritualmente, y esa debe ser nuestra lucha día tras día, ver qué podemos añadir a nuestra vida espiritual para agradar más y más a nuestro Señor.

Así que, oremos a Dios para que su palabra fluya en nuestras vidas de manera que podamos ser hacedores de ella.

Cuando hablamos de estudiar la Palabra, no se trata de una lectura superficial ni de un simple cumplimiento religioso. Estudiar la Biblia es escudriñar sus enseñanzas, reflexionar en ellas y permitir que transformen nuestra manera de pensar y de actuar. Jesús mismo dijo que el que escucha sus palabras y las pone por obra es como aquel hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Esto significa que estudiar la Palabra de Dios es poner los cimientos firmes de nuestra vida cristiana.

Si solo acumulamos conocimiento bíblico sin practicarlo, corremos el riesgo de caer en la rutina de una religiosidad vacía. Podemos saber muchos versículos de memoria, incluso tener gran información teológica, pero si no practicamos la compasión, la justicia, la humildad y el amor, nuestra vida será como un árbol sin fruto. Por eso, Santiago hace una advertencia tan seria: no basta con oír, es necesario hacer.

Un ejemplo práctico es cuando escuchamos un mensaje sobre perdonar a nuestros enemigos. Podemos asentir con la cabeza, emocionarnos en el momento, pero si al salir del templo seguimos guardando rencor en el corazón, entonces hemos sido oidores olvidadizos. En cambio, si aplicamos lo que escuchamos, dando pasos concretos para perdonar, estamos siendo hacedores de la Palabra.

De la misma manera, cuando la Biblia nos enseña sobre la importancia de la oración y de depender de Dios en todas las circunstancias, no es para que solo admiremos la enseñanza, sino para que cada día la practiquemos en la intimidad de nuestra vida espiritual. Esto implica disciplina, constancia y un deseo profundo de agradar a Dios en todo.

El estudio de la Palabra también debe ir acompañado de una actitud de obediencia y humildad. El orgullo nos puede hacer pensar que sabemos lo suficiente, pero la humildad nos recuerda que siempre podemos aprender más y crecer más en el Señor. Cada pasaje bíblico es una oportunidad para ser moldeados por Dios y para reflejar el carácter de Cristo en nuestro diario vivir.

En conclusión, estudiar la Palabra de Dios es indispensable, pero ese estudio debe producir fruto en nuestras vidas. No se trata de cantidad de conocimiento, sino de obediencia sincera. Seamos como aquellos que escuchan, entienden y practican, para que el nombre de Dios sea glorificado en nosotros. Que cada lectura bíblica, cada sermón y cada enseñanza recibida nos lleve a vivir más cerca de Cristo, demostrando con hechos que somos verdaderamente sus discípulos.

El día que clamé, me respondiste
Dios es poderoso para darnos más de lo que pedimos