Dios nos ama, esta es una verdad absoluta que debemos comprender, prácticamente algo básico en el cristianismo es saber que Dios nos ama, que nos amó tanto, hasta el punto de entregar a su único Hijo en la cruz del calvario para librarnos del pecado y del infierno. Nadie ha tenido mayor amor por nosotros que el mismo Dios y nadie tiene más cuidado de nosotros que el mismo Dios. Así que, si alguna vez has pensado que Dios no te ama, debes cambiar de parecer y entender el gran amor con el que Dios nos ha amado.
El apóstol Pablo escribió a los efesios sobre ese amor que excede todo conocimiento, el cual es el amor de Dios:
20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,
21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.
Efesios 3: 20-21
Independientemente de que pasemos pruebas, dificultades, hambre, dolor, de que estemos pasando problemas tan fuertes que no sepamos qué hacer con nuestras vidas. Independientemente de todo eso, cuando oramos, cuando clamamos al Señor, debemos hacerlo con fe y sabiendo que Dios nos ama, y que al mismo tiempo él es tan poderoso que puede darnos mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
Amados hermanos, no desmayemos, levantemos las manos caídas y doblemos las rodillas paralizadas, y demos gloria a Jesucristo por su amor indescifrable con el que nos ha amado.
El amor de Dios es la base de nuestra esperanza y la razón por la cual seguimos creyendo aun en medio de los tiempos más oscuros. No hay circunstancia que pueda anular el afecto eterno del Señor, porque su amor no depende de nuestras obras ni de nuestros méritos, sino de su naturaleza divina. Dios es amor, y por esa razón se acerca a nosotros aun cuando hemos fallado y nos ofrece la oportunidad de levantarnos una y otra vez.
Este amor es transformador. No se trata solo de palabras bonitas que escuchamos en la iglesia, sino de una experiencia real que cambia corazones. Cuando alguien recibe el amor de Cristo, su vida ya no es la misma: desaparece la desesperanza, se rompen cadenas de pecado y se abre un camino de libertad. La Biblia declara que “el perfecto amor echa fuera el temor”, y es justamente ese amor el que nos sostiene en medio de la incertidumbre y nos recuerda que nunca estamos solos.
Podemos ver también la manifestación del amor divino en los pequeños detalles de la vida. Desde el aire que respiramos, la familia que tenemos, los alimentos de cada día, hasta las fuerzas que recibimos para seguir luchando en medio de la debilidad. Todo esto es una muestra de que Dios cuida de nosotros con ternura y misericordia. A veces pasamos por alto estas bendiciones, pero cuando reflexionamos, entendemos que ninguna de ellas es casualidad, sino expresión del amor eterno de Dios.
En la vida cristiana, comprender el amor de Dios nos ayuda a cambiar la manera en que enfrentamos las pruebas. Ya no las vemos como castigos, sino como procesos en los que el Señor nos moldea y nos enseña a confiar más en Él. Su amor es tan profundo que incluso las dificultades pueden ser usadas para nuestro crecimiento espiritual. Esto nos da seguridad, porque sabemos que detrás de cada situación hay un Padre que nunca deja de amarnos.
Así también, este amor nos impulsa a amar a los demás. No podemos recibir tanto de Dios y permanecer indiferentes con quienes nos rodean. Jesús nos enseñó que el mandamiento más grande, después de amar a Dios, es amar al prójimo como a nosotros mismos. De esa forma, el amor que recibimos del cielo se convierte en acción en la tierra, mostrando compasión, perdón y solidaridad hacia los demás. Cuando practicamos este amor, nos parecemos más a Cristo.
En conclusión, el amor de Dios no tiene límites ni condiciones. Es un amor eterno, inmenso, y sobrepasa todo entendimiento humano. Que esta verdad no sea solo un conocimiento teórico en nuestras mentes, sino una convicción viva en nuestros corazones que nos impulse a confiar más en el Señor, a descansar en sus promesas y a vivir agradecidos cada día. Recordemos siempre que somos amados por el Creador del universo, y que nada ni nadie podrá separarnos de ese amor.