La enseñanza del apóstol Pablo al decirnos que el evangelio es poder de Dios despliega una alta gama de sazones cuando entendemos la vida del apóstol. No se crea usted que Pablo escribía desde la comodidad de una oficina, en su mayoría, el apóstol escribía desde una cárcel y aún bajo todas estas dificultades él se mantenía creyendo que el evangelio es poder de Dios, y a través de este artículo te invitamos a que creas lo mismo, pero no de una manera superflua, sino de la manera en que Pablo lo quiso decir.
Hablar de Pablo es hablar de un hombre que conoció de primera mano lo que significaba sufrir por Cristo. Él no fue un simple predicador de palabras bonitas, sino un hombre transformado por el poder del evangelio. Sus cartas, que hoy forman parte del Nuevo Testamento, son testimonio de una vida entregada al Señor en obediencia y sacrificio. Y lo que más impacta es que esas cartas no fueron escritas en circunstancias de comodidad, sino en momentos de gran adversidad, en prisiones, en viajes misioneros llenos de peligros y bajo constante persecución.
¿Recuerdas quién fue Pablo antes de ser apóstol? Pablo tenía por nombre Saulo, y era el mayor perseguidor de la iglesia en su tiempo, de manera que llevaba a muchos hermanos hasta la muerte, además de esto, este hombre era fariseo, instruido a los pies de Gamaliel, o sea, Pablo era un alto conocedor de la ley, quizá con muchos títulos por su majestuosidad, sin embargo, luego tuvo que dejar todo aquello atrás, la fama, los títulos, su gran renombre, nada de esto servía más y ahora se encontraba diciendo:
16 Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.
17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Romanos 1:16-17
Estas palabras no son teoría, son vivencias. Pablo mismo pasó de ser perseguidor a perseguido, de verdugo a mártir, de enemigo de Cristo a uno de sus más grandes defensores. Y todo esto gracias al poder del evangelio que transformó radicalmente su vida. El hombre que antes respiraba amenazas contra los cristianos, ahora daba su vida por predicar que Jesucristo era el Hijo de Dios y que en Él hay salvación.
¿Crees que era fácil en el tiempo de Pablo decir: «Mas el justo por la fe vivirá»? Pero ya al apóstol le importaba poco lo que pudiera pasar, puesto que él tenía su vida en poco comparado con el trabajo que se le había encomendado. En cada ciudad, en cada sinagoga, en cada plaza donde levantaba su voz, estaba arriesgando su integridad física e incluso su vida, pero no se detenía porque estaba convencido de que no había mayor tesoro que anunciar a Cristo resucitado.
Queridos hermanos, Pablo reconocía muy bien que el poder no se encontraba en su léxico o en palabrerías, él sabía que el poder se encontraba en el Evangelio: Vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús. ¿Crees tú también que en el evangelio es que se encuentra el poder? Pues, vayamos adelante y no nos avergoncemos de Él.
Hoy día muchos buscan el poder en las riquezas, en la política, en los títulos académicos o en la influencia social, pero nada de esto puede transformar verdaderamente el corazón del ser humano. Solo el evangelio tiene la capacidad de cambiar la vida del pecador, de dar esperanza al perdido y de ofrecer una vida nueva en Cristo. Pablo lo experimentó en carne propia y lo proclamó hasta su último respiro.
El evangelio no es un mensaje anticuado, es poder vigente de Dios para toda generación. En él encontramos perdón de pecados, reconciliación con el Padre y la promesa de vida eterna. Así como Pablo se mantuvo firme, también nosotros debemos mantenernos confiados, sabiendo que lo que predicamos no es un cuento inventado, sino la verdad que libera. Aun cuando el mundo se burle, el evangelio sigue siendo poder.
Por eso, cada vez que escuchamos las palabras de Pablo: “No me avergüenzo del evangelio”, debemos hacerlas nuestras. No es momento de callar, sino de anunciar con valentía que Jesucristo salva, transforma y restaura. Así como el apóstol fue testigo de la gloria de Dios en medio de la adversidad, también nosotros podemos experimentar su poder en nuestras vidas.
Conclusión: El evangelio no es simplemente un mensaje religioso, es el mismo poder de Dios actuando en la humanidad. Pablo lo entendió y vivió de acuerdo a esa verdad, y ahora nos corresponde a nosotros abrazar ese mismo mensaje sin temor ni vergüenza. Que nuestras vidas, al igual que la de Pablo, sean testimonio de que el evangelio es la fuerza que nos sostiene, nos transforma y nos conduce a la salvación eterna en Cristo Jesús.