Todo estaba perdido aparentemente, aquel día cuando el hombre desobedeció la orden divina de su Creador que decía: «No comas de ese árbol». La oscuridad en aquel momento se adueñó de la tierra, la mortandad y el desaliento hicieron estragos en la existencia. El principio de una humanidad parecía al final tan rápidamente, sin embargo, no todo se quedaría así y es por ello que muchos años más tarde Dios envió a su Hijo para que nos diera salvación.
El apóstol Pablo escribió:
15 Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.
16 Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia,
17 conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.
2 Tesalonicenses 2:15-17
Dios ha producido un gran milagro en nuestras vidas, y es que cuando todo estaba tenebroso, oscuro y aparentemente perdido, nos dio a su Hijo, para librarnos del infierno y del pecado. Nos dio una esperanza viva, por lo cual, como dice el mismo apóstol Pablo: «Nada nos separará del amor de Cristo». Nada nos puede separar de sus manos.
Vivimos con esperanza y esa esperanza nos hace estar firmes hasta el último día de nuestras vidas, puesto que Dios nos hace sentir seguros en Él. ¿Te sientes seguro en Dios? ¿La esperanza que te ha dado Dios es suficiente para ti? Debe ser suficiente amigos, puesto que es la única esperanza que va más allá de la muerte. Damos gloria y honra al Señor nuestro Dios porque Él nos ha escogido y por su amor y misericordia estamos en pie.
Cuando analizamos el inicio de la humanidad, podemos ver que el pecado trajo destrucción, dolor y separación de la presencia de Dios. Sin embargo, la Biblia entera es una historia de redención, donde el Señor desde el principio ya tenía un plan perfecto para restaurar lo que el hombre había perdido. Ese plan culmina en Jesucristo, quien vino a dar su vida en la cruz para reconciliarnos con el Padre y abrirnos la puerta de la salvación.
La exhortación del apóstol Pablo a permanecer firmes en la doctrina es un recordatorio de que la vida cristiana no está exenta de pruebas. Cada día enfrentamos situaciones que intentan desviarnos del camino, ya sea dudas, temores o tentaciones. Pero en medio de todo eso, la Palabra nos invita a mantenernos constantes, recordando que Dios nos ha dado una consolación eterna y una esperanza que no se marchita.
Esa esperanza no es una ilusión pasajera, ni depende de las circunstancias presentes. Es una esperanza segura porque está basada en la obra perfecta de Cristo en la cruz y en la fidelidad de un Dios que nunca falla. El mundo ofrece promesas vacías, pero la promesa de Dios es vida eterna, y eso nos sostiene incluso en medio de la adversidad más oscura.
Por eso, cuando las dificultades golpeen tu vida, recuerda que no estás solo. Dios ha prometido que estará contigo hasta el fin de los tiempos, y esa promesa nos llena de valor y confianza. No importa cuán grande sea la tormenta, la paz de Dios puede llenar tu corazón y darte seguridad. En Él encontramos refugio, consuelo y dirección para cada paso que damos.
Finalmente, debemos reconocer que nuestra esperanza no es solo para este tiempo, sino también para la eternidad. Los creyentes no vivimos esperando únicamente una mejoría temporal, sino la gloria futura en la presencia de Cristo. Esa certeza es la que nos motiva a seguir adelante, a mantenernos fieles y a vivir agradecidos cada día por la misericordia que hemos recibido.
Conclusión: Aunque el hombre cayó en desobediencia y todo parecía perdido, Dios en su gran amor proveyó un camino de salvación por medio de Jesucristo. Hoy podemos vivir con la seguridad de que nada nos separará de su amor y que nuestra esperanza es firme y eterna. Caminemos cada día con gratitud y fe, reteniendo la sana doctrina y confiando en que Aquel que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.