Las palabras del Señor son vida, ellas son las que nos instruyen, las que nos ayudan a entender todas las cosas, esas palabras de vida cuando llegan a nuestros corazones nos cambian por completo.
Desde el principio de los tiempos, Dios se ha revelado al ser humano a través de su Palabra. Ella es la fuente que ilumina nuestras vidas en medio de la confusión, y el alimento que nutre nuestra alma cuando sentimos que estamos débiles. El creyente que se sostiene en la Palabra de Dios tiene una base firme que no se derrumba ante las pruebas, porque reconoce que en esas palabras se encuentra el consejo perfecto que proviene del Creador. La Escritura no solo corrige, sino que también consuela y fortalece a quienes la buscan con un corazón sincero.
Hay momentos que nos sentimos que nuestro espíritu está sin fuerzas y que no tenemos a alguien que nos diga «Dios te da las fuerzas para que sigas avanzando en los caminos rectos de Dios», pero no es así, porque ese mismo mensaje el Señor lo dejó en sus Palabra, para que podamos escudriñarla y guardarla en cada uno de nuestros corazones.
Cuando enfrentamos la soledad, el cansancio o la desesperanza, la Palabra de Dios se convierte en un bálsamo para el alma. Ella nos recuerda que no caminamos solos, que hay promesas eternas que permanecen firmes aunque todo lo demás cambie. La Biblia es más que un simple libro, es la voz viva de Dios hablándonos en medio de nuestras circunstancias, recordándonos que Él es fiel y que sus planes son buenos.
Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende?
¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?
Juan 6:61-62
Los discípulos tenían momentos los cuales no creían en las palabras que Jesús decía mientras caminaba en los lugares, ellos veían los milagros que el Señor hacía delante de ellos, y aun así no creían, pero que debemos decir de esto, El Señor es vida, y por eso sus palabras lo son porque esas palabras salen de Él.
Este pasaje nos enseña que aun los que estuvieron frente a frente con Jesús lucharon con la incredulidad. Si ellos necesitaron fe, cuánto más nosotros en este tiempo. Sin embargo, la respuesta siempre fue la misma: confiar en que sus palabras tienen poder porque provienen de Dios mismo. No se trata solo de escuchar, sino de creer y obedecer, entendiendo que cada enseñanza del Maestro conduce a la vida eterna.
Solo a Él podemos ir y encontraremos paz, a Él vamos para buscar palabras de aliento y la encontraremos, Él no nos rechazará al momento de buscarle, sino que abrirá sus brazos para ser abrazados por Él.
Cuando nos acercamos a Cristo con un corazón humilde, encontramos descanso y refugio. La Palabra de Dios no es un mensaje pasajero, sino una verdad eterna que transforma y renueva. En tiempos de angustia, recordar que Jesús mismo dijo “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados” nos llena de esperanza, pues en Él hay una fuente inagotable de consuelo.
El espíritu es el que da vida;
la carne para nada aprovecha;
las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Juan 6:63
Debemos creerle solo al dador de la vida, Él es quien llena nuestro corazón, no creamos al hombre que nada tiene para darnos, porque el hombre en sí está vacío y no nos brindará más que de su propia amargura. Pero Dios nos dará lo mejor de lo mejor y que dura para siempre, estas son palabras de vida, que solo Él nos la dará.
Este versículo nos recuerda que lo que viene de la carne es limitado y pasajero, pero lo que viene del Espíritu permanece para siempre. La sabiduría humana puede fallar, pero la Palabra de Dios nunca vuelve vacía. Por eso, cada vez que meditamos en las Escrituras, nuestro espíritu recibe nuevas fuerzas y nuestra fe se fortalece. La vida verdadera no está en las riquezas, en el poder o en los logros humanos, sino en el poder de Dios revelado en su Palabra.
En conclusión, la Palabra de Dios es el alimento indispensable para nuestra alma. Ella nos instruye, nos fortalece y nos guía en el camino correcto. Si aprendemos a atesorarla en nuestro corazón, encontraremos que en medio de cualquier circunstancia hay vida, paz y esperanza. No hay nada más poderoso que caminar bajo la verdad de Cristo, confiando plenamente en sus promesas y recibiendo de Él las palabras que son espíritu y vida.