Las manos de Dios siempre nos han librado del maligno, a veces pensamos que las manos del Señor no nos están sosteniendo, pero no es así, Dios siempre está pendiente de nosotros.
Es bueno que ante todas las pruebas que estemos pasando, estemos firmes ante Dios pidiéndole que nos fortalezca y nos ayude a que podamos permanecer firmes, desechando todo lo que no es del agrado de Dios.
Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.
Pecadores, limpiad las manos;
y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
Santiago 4:8
En la carta de Santiago se nos insta a que cada día nos acerquemos más a Dios, porque cuando nos acercamos más a Dios y le decimos «Señor, heme aquí», entonces Él se acercará a nosotros y nos ayudará.
Las personas de doble ánimo son aquellas que en momentos determinados hacen algo muy alentado, pero que luego cambian su actitud, y lo que anteriormente hacían con ánimo, con fuerzas, y con amor, ya no lo hacen. Esta es la actitud de una persona de doble ánimo, por eso es bueno que las personas que sean de doble ánimo se acerquen al Señor y le pidan que cada día purifique sus corazones.
Cuando nuestros corazones están purificados por Dios, nos estamos cuidando de ser personas de doble ánimo, y además, esta purificación a nuestro corazón nos ayuda a librarnos de todas las malas influencias que están a nuestros alrededores.
Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Santiago 4:10
No nos olvidemos que si vivimos es por Dios, por eso debemos darle toda gloria a Él y humillarnos delante de Él reconociendo que solo el Señor hace todo posible, Él nos ayudará a servirle con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas.
La vida cristiana no es un camino libre de obstáculos, sino un sendero lleno de retos que nos invitan a depender más de Dios. Al acercarnos a Él en oración, en lectura de la Palabra y en obediencia, descubrimos que sus manos siempre están listas para sostenernos. Aunque el enemigo quiera hacernos creer que estamos solos, la verdad es que Dios nunca se aparta de los que confían en Él.
En muchas ocasiones, los problemas nos hacen sentir que no podemos más, pero es justamente ahí donde el Señor se glorifica, recordándonos que en nuestra debilidad su poder se perfecciona. Así como un padre sostiene la mano de su hijo para que no tropiece, Dios extiende su mano para levantarnos cada vez que caemos.
El mandato de acercarnos a Dios es también una invitación a tener una relación íntima y personal con Él. No se trata solo de buscarle en momentos de angustia, sino de vivir cada día bajo su presencia, reconociendo que separados de Él nada podemos hacer. La verdadera fortaleza del cristiano no radica en sus propias capacidades, sino en la dependencia constante del Señor.
Por otro lado, la exhortación a limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones nos recuerda que no podemos vivir una vida de fe sin santidad. Dios es santo y demanda de nosotros una vida apartada para Él. No basta con decir que creemos, debemos también reflejarlo en nuestras acciones, en nuestras palabras y en nuestros pensamientos.
Una persona de doble ánimo es inestable en todos sus caminos, pues un día busca a Dios con entusiasmo y al siguiente se deja arrastrar por las dudas o los placeres temporales del mundo. Esa inestabilidad no solo afecta la relación con Dios, sino también nuestras decisiones, nuestras relaciones y nuestra paz interior. Por eso es tan importante pedirle al Señor un corazón firme y dispuesto a obedecerle en todo momento.
La humildad delante de Dios es otra clave que Santiago nos enseña. Humillarse no significa sentirse menospreciado, sino reconocer con sinceridad que necesitamos de Dios en todo momento. Cuando reconocemos nuestra dependencia, Él nos exalta, nos da nuevas fuerzas y nos permite caminar en victoria sobre el pecado y las tentaciones.
Así como el agricultor confía en que la lluvia caerá en el tiempo preciso para hacer crecer sus cultivos, nosotros debemos confiar en que Dios enviará su ayuda en el momento adecuado. Su tiempo es perfecto, y aunque a veces no lo comprendamos, siempre obra para nuestro bien.
Conclusión: Las manos de Dios son el refugio seguro para sus hijos. Si nos acercamos con un corazón sincero, Él nos levantará y nos dará nuevas fuerzas. Purificar nuestras vidas, huir de la inestabilidad espiritual y vivir en humildad son pasos fundamentales para experimentar la gracia de Dios en todo su esplendor. Que cada día podamos decir con fe: «Señor, confío en tus manos», porque en ellas siempre encontraremos paz, protección y victoria.