Eterno pastor

Dios siempre ha querido que nosotros hagamos lo bueno, siempre ha buscado que la humanidad practique la justicia y viva en santidad. Ese ha sido siempre el deseo de un Padre bueno. Así como nosotros, siendo humanos e imperfectos, buscamos que nuestros hijos tengan una buena educación y crezcan en principios correctos, de la misma manera Dios, que es un Padre perfecto, nos guía hacia lo correcto. Él no solamente nos enseña, sino que también nos conduce y nos fortalece para que podamos obedecerle. Su bondad infinita es incomparable, y aunque muchas veces no entendamos su disciplina, lo cierto es que todo lo hace para nuestro bien.

Nuestra capacidad humana, sin embargo, es limitada. Perdemos la paciencia con facilidad, incluso en las cosas más pequeñas. Basta con que alguien nos irrite para que reaccionemos mal. La Biblia nos recuerda la historia de Moisés, quien siendo el hombre más manso de toda la tierra, en una ocasión perdió la paciencia frente al pueblo de Israel y golpeó la roca en lugar de hablarle como Dios le había ordenado. Este acto de desobediencia fue suficiente para que Moisés no pudiera entrar a la tierra prometida. Si un hombre con tanta mansedumbre como Moisés falló, ¿qué será de nosotros que tantas veces dejamos que la impaciencia nos domine?

Ahora bien, consideremos el ejemplo de Dios. Él tuvo que soportar la rebeldía del pueblo de Israel en el desierto por 40 años. Vio cómo se quejaban constantemente, cómo olvidaban sus maravillas y cómo se inclinaban tras dioses falsos después de haber recibido tantas bendiciones. A pesar de esto, Dios no perdió la paciencia. Los disciplinaba, sí, pero nunca los abandonó. Los condujo con amor y los sostuvo con su poder, mostrándonos que su misericordia es mucho más grande que nuestro pecado. Así también ocurre con nosotros hoy: aunque fallemos, Él no se cansa de llamarnos, levantarnos y consolarnos.

La Biblia nos muestra que Dios no solamente corrige con palabras duras, sino que también habla con ternura y esperanza. Él sabe equilibrar la disciplina con el amor, porque su propósito no es destruirnos sino restaurarnos.

11 El Señor te guiará siempre; te saciará en tierras resecas, y fortalecerá tus huesos. Serás como jardín bien regado, como manantial cuyas aguas no se agotan.
12 Tu pueblo reconstruirá las ruinas antiguas y levantará los cimientos de antaño; serás llamado “reparador de muros derruidos”, “restaurador de calles transitables”.

Estas palabras fueron dichas al pueblo de Israel luego de una fuerte reprensión sobre el mal ayuno que practicaban. Dios les mostró que el verdadero ayuno no era uno lleno de apariencia y religiosidad, sino un ayuno que produjera justicia, misericordia y obediencia. Y aun después de su amonestación, les dio una promesa llena de amor: que serían restaurados, fortalecidos y usados para reconstruir lo que estaba destruido. Esto mismo ocurre con nosotros. Aunque Dios nos corrige, también nos recuerda que en Él hay esperanza y que su propósito es levantarnos.

Queridos hermanos, debemos comprender que servimos a un Dios grande y poderoso, pero también tierno y paciente. Él es nuestro Pastor eterno, el que guía nuestras vidas por el camino correcto. Aunque tropecemos, nos vuelve a levantar; aunque nos sintamos débiles, nos fortalece. En sus manos somos las personas más valiosas del universo. Nada puede arrebatarnos de su cuidado ni separarnos de su amor.

Hoy es un buen día para reflexionar en la paciencia de Dios con nosotros. Así como soportó a Israel, también nos soporta a nosotros. Así como los guió con amor en medio de su rebeldía, también nos guía en medio de nuestras luchas. No olvidemos que la bondad de Dios debe impulsarnos a vivir en gratitud y obediencia. Por tanto, pidamos a Dios que nos dé fuerzas para seguir firmes en sus caminos y que nunca nos cansemos de andar en su voluntad. Amén.

Dios te ama
El poder de la fe