Nuestra creencia firme es que Dios es el Creador de todas las cosas, pero más allá de eso, también creemos que todo lo que Dios ha creado ha sido bueno desde el principio. La creación de Dios es perfecta y refleja su sabiduría infinita. Con el paso del tiempo, el hombre, por su pecado y egoísmo, ha contaminado el medio ambiente y destruido la naturaleza, olvidando que somos mayordomos de todo lo que el Señor puso en nuestras manos. Nada puede superar lo creado por Dios, pues Él es el mejor arquitecto y constructor de todos los tiempos, y su obra siempre será superior a cualquier invento humano.
Cuando abrimos el libro del Génesis encontramos un relato extraordinario que nos transporta al inicio de todo. Allí descubrimos cómo, por el poder de su Palabra, Dios fue creando todas las cosas: los cielos y la tierra, la luz, el firmamento, las aguas, la hierba verde, los árboles frutales, los peces del mar, las aves del cielo, los animales de la tierra y, finalmente, al hombre y la mujer. Cada detalle fue diseñado con propósito. Nada surgió de la casualidad, sino que todo respondió a la voluntad perfecta de un Creador lleno de amor.
El hombre fue creado de manera especial. La Biblia nos narra que Dios tomó del polvo de la tierra, formó un cuerpo y sopló en su nariz aliento de vida, convirtiéndose en un ser viviente. Este acto nos recuerda que nuestra vida misma depende de Dios, pues fue su soplo el que nos dio existencia. Ningún ser humano tiene la capacidad de dar vida de esta manera, por lo tanto, toda la gloria es para Él.
Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.
Génesis 1:31
Este versículo resume de forma gloriosa el relato de la creación. Dios no solo creó, sino que evaluó su obra y declaró que era “bueno en gran manera”. Esto quiere decir que no había imperfección en lo que Él había hecho. Cada estrella en el cielo, cada gota de agua en el mar, cada ser vivo en la tierra cumplía un propósito en el plan divino. El ser humano debe reconocer esta verdad y compartirla con el mundo, porque muchos hoy niegan al Creador y prefieren atribuir el origen de todo a teorías humanas. Sin embargo, la Palabra nos recuerda que todo lo que vemos es obra de Dios.
El salmista David, al contemplar la creación, se llenaba de asombro y escribía inspirado por el Espíritu Santo:
3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
La luna y las estrellas que tú formaste,4 Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?5 Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.Salmos 8:3-5
Estas palabras reflejan la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. A pesar de lo insignificantes que somos frente a la inmensidad del universo, Dios nos ha mirado con amor, nos ha honrado y nos ha dado un lugar especial en su creación. Somos la obra maestra de sus manos, creados a su imagen y semejanza, y eso debe llevarnos a una profunda gratitud y reverencia.
Cuando miramos los cielos estrellados, las montañas, los ríos, los bosques o los océanos, no podemos más que reconocer la grandeza del Señor. Sin embargo, el hombre en su pecado muchas veces olvida al Creador y abusa de la creación. Contaminamos, destruimos y usamos de forma irresponsable lo que Dios nos confió. Pero aún así, Dios sigue mostrando su misericordia, dándonos la oportunidad de arrepentirnos y volver a valorar su obra.
Nuestro llamado hoy es a reconocer que nada en este mundo puede reemplazar lo que Dios ha hecho. Debemos ser agradecidos por la vida, por la naturaleza, por los recursos que tenemos y, sobre todo, por el cuidado que el Señor tiene de nosotros cada día. Recordemos siempre que la gloria pertenece únicamente a Dios. Él es el único que merece alabanza, honor y adoración por todo lo que ha creado.
Que el Eterno nos ayude a seguir entendiendo su Palabra, a maravillarnos de su creación y a vivir con responsabilidad, cuidando lo que Él nos entregó. Que cada vez que contemplemos el cielo, el mar o la tierra, podamos decir junto al salmista: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!”.