En toda la Biblia podemos encontrar cómo Dios nos habla sobre las labores sociales y sobre cómo ser buenos ciudadanos. El verdadero cristianismo no se limita únicamente a asistir a la iglesia o a orar en privado, sino que también se manifiesta en la manera en que tratamos a las demás personas. Ser seguidores de Cristo tendrá un costo, y ese costo también involucra el ser serviciales, compasivos y justos en nuestro trato con los demás. La Escritura nos enseña que si no amamos a las personas que podemos ver, ¿cómo podremos amar a Dios a quien no hemos visto? Es precisamente por esto que debemos hacer buenas obras para con los hombres, pero teniendo siempre en cuenta que todo lo que hacemos es para la gloria de Dios y no para reconocimiento propio.
El apóstol Pablo escribió a los Colosenses:
23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;
24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.
Colosenses 3:23-24
Es cierto que a veces resulta difícil actuar correctamente, especialmente cuando enfrentamos injusticias, provocaciones o situaciones que nos irritan. Sin embargo, es en esos momentos cuando nuestro testimonio habla más fuerte que mil palabras. El comportamiento de un cristiano debe reflejar a Cristo en cada circunstancia: en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Si respondemos con amargura, con ira o con egoísmo, damos mal testimonio y mostramos que nuestro corazón no está siendo guiado por el Espíritu Santo. Pero si respondemos con amor, paciencia y mansedumbre, entonces estamos mostrando que Cristo vive en nosotros.
Pablo también recuerda que nuestra esperanza está en la recompensa eterna: “sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia”. Esto quiere decir que nada de lo que hacemos para el Señor es en vano. Aun cuando nadie lo reconozca, Dios lo ve todo y Él es fiel para recompensar a sus hijos. Esta certeza nos debe motivar a seguir sirviendo con alegría, sabiendo que un día recibiremos la corona de vida eterna.
Amados hermanos, esforcémonos por vivir de manera íntegra en todas las áreas de nuestra vida. Hagamos todo como si fuera directamente para nuestro Señor Jesucristo. Que cada acción, cada palabra y cada decisión glorifique su nombre. Recordemos siempre que la verdadera grandeza no está en ser reconocidos por los hombres, sino en vivir de tal manera que nuestro Padre celestial se complazca en nosotros. Vivamos de corazón, sirviendo a Cristo en todo momento, y nunca olvidemos que nos espera una herencia incorruptible en los cielos. A Él sea la gloria, el imperio y el honor por los siglos de los siglos. Amén.