Hoy en día tenemos muchas personas diciéndole «Señor» a Jesucristo. Escuchamos a figuras públicas, celebridades e incluso a personas que ocupan espacios en los medios de comunicación referirse a Jesús como el Señor. Sin embargo, lo irónico y doloroso es que gran parte de ellos no han experimentado una verdadera transformación en su vida. Sus acciones, actitudes y decisiones siguen reflejando una vida bajo la maldición del pecado, lo que demuestra que no basta con un simple reconocimiento verbal. El verdadero señorío de Cristo en nuestras vidas se evidencia a través de un cambio profundo en nuestro corazón y en nuestra conducta diaria.
También vemos otro grupo de personas que incluso se atreven a predicar en los púlpitos, pero no lo hacen con el objetivo de exaltar el nombre de Cristo, sino para engrandecer su propia imagen, buscando reconocimiento, aplausos o fama. Esta actitud revela un corazón centrado en sí mismo y no en el Señor, lo cual es contrario a la esencia misma del evangelio. El cristianismo genuino no consiste en usar el nombre de Cristo como un medio para alcanzar éxito personal, sino en vivir bajo su voluntad y sujeción a la Palabra de Dios.
La Biblia nos advierte con mucha claridad sobre esta situación. Jesús mismo, en uno de los pasajes más confrontativos del evangelio, expresó las consecuencias de una fe meramente superficial:
En aquel gran día de juicio, muchos que tuvieron ministerios exitosos a los ojos del mundo, que llenaron escenarios, que fueron reconocidos como líderes o que incluso tuvieron fama internacional, se presentarán delante de Cristo enumerando todas las obras que hicieron en su nombre. Sin embargo, lo más impactante será escuchar la respuesta del Maestro: “¡Apartaos de mí, nunca os conocí, hacedores de maldad!”. Es una advertencia seria para no conformarnos con la apariencia externa de religiosidad, sino buscar una relación genuina y obediente con Jesús.
Por lo tanto, nuestro llamado es a procurar ser verdaderamente conocidos por Cristo. No se trata de cuántas veces levantamos las manos en una congregación, cuántos versículos citamos en público o cuántos ministerios llevamos en nuestro currículum, sino de si realmente permanecemos en su Palabra y hacemos la voluntad de Dios en nuestra vida diaria. Jesús conoce a los suyos no por sus palabras huecas, sino por su obediencia fiel.
Amados hermanos, esforcémonos en vivir una fe auténtica. Permanezcamos en Cristo, guardemos sus mandamientos y caminemos en santidad, de manera que, en aquel día, podamos escuchar de sus labios las palabras más anheladas: “Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. Esa debe ser nuestra meta y nuestro mayor anhelo.