Dios es amor

Hoy en día vemos un sinnúmero de personas que no muestran amor hacia su prójimo. Vivimos en una sociedad marcada por el egoísmo, la violencia y la indiferencia, donde el amor muchas veces es sustituido por la maldad, el odio o el rencor. Esto, sin duda, no es agradable ante los ojos de Dios, porque Él nos creó para vivir en comunión, apoyarnos unos a otros y reflejar su carácter de amor. Cuando la humanidad se aleja del amor, se acerca al caos, porque sin amor verdadero no puede haber paz, justicia ni esperanza.

La Palabra de Dios nos recuerda que, en un momento, se buscó quién pudiera morir por la humanidad, pero no se halló ninguno digno. Entonces, el Padre decidió enviar a su propio Hijo, que vino en carne y murió por cada uno de nosotros. Este acto supremo de entrega demuestra que el amor de Dios es más fuerte que el pecado, más grande que nuestra maldad y más poderoso que la muerte. Jesús dejó su trono de gloria por amor a la humanidad, y ese sacrificio debe inspirarnos a vivir en gratitud y a reflejar ese mismo amor en nuestras vidas.

Amados, amémonos unos a otros;

porque el amor es de Dios.

Todo aquel que ama, es nacido de Dios,

y conoce a Dios.

1 Juan 4:7

El apóstol Juan nos recuerda que todo aquel que ama verdaderamente ha nacido de Dios. Esto significa que el amor no es simplemente un sentimiento humano, sino una evidencia de la obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente. Dios es amor, y cuando alguien experimenta el nuevo nacimiento, recibe la capacidad de amar como Dios ama. Este amor no se agota ni se condiciona; es un amor que permanece para siempre, porque tiene su origen en el mismo Dios eterno.

Reconocemos entonces que todo aquel que ha conocido a Dios manifiesta ese amor en su vida diaria. No basta con decir que amamos; el amor debe ser visible en nuestras acciones, palabras y actitudes. El amor de Dios es infinito, y quien lo ha recibido está llamado a compartirlo con los demás. Por eso, el cristiano no solo recibe amor, sino que se convierte en un canal por el cual fluye la gracia divina hacia otros.

Es bueno que todo aquel que tiene amor lo demuestre hacia aquellos que no lo tienen. De esta manera, quienes viven en oscuridad y resentimiento pueden experimentar la luz de la gracia de Dios. El amor es una herramienta poderosa para transformar corazones endurecidos, traer reconciliación y sembrar paz. Jesús mismo enseñó que el amor al prójimo es el segundo gran mandamiento, y que en estos dos mandamientos —amar a Dios y al prójimo— se resume toda la Ley (Mateo 22:37-39).

El que no ama,

no ha conocido a Dios;

porque Dios es amor.

1 Juan 4:8

Este versículo es contundente: quien no ama demuestra que no ha conocido verdaderamente a Dios. El amor es la marca distintiva del cristiano, la señal de que Cristo vive en nosotros. Muchas personas dicen tener amor, pero este no se refleja en sus hechos. El verdadero amor no se puede ocultar, se nota en la manera en que tratamos a los demás, en la paciencia, en la bondad y en la misericordia. El amor de Dios en nosotros no pasa desapercibido, porque transforma todo nuestro ser.

El amor de Dios cambia todo. Es la gracia que nos sostiene en los momentos de debilidad, que nos da fuerzas para seguir adelante y que nos inspira a buscarle cada día más. El amor de Dios nos fortalece, nos ayuda a permanecer firmes en la fe y nos motiva a guiar a otros hacia ese amor perfecto. Cuando experimentamos el amor divino, ya no podemos ser los mismos, porque ese amor sana heridas, restaura relaciones y nos impulsa a vivir para la gloria de Dios.

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros,

en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,

para que vivamos por él.

1 Juan 4:9

Este versículo resume la esencia del evangelio: Dios mostró su amor enviando a su Hijo unigénito al mundo. Jesús no vino a condenar, sino a salvar, y por medio de Él tenemos vida eterna. Este acto de amor incomparable nos recuerda que la salvación no se gana por méritos humanos, sino que es un regalo de la misericordia divina. El amor de Dios se manifestó en la cruz, y hoy se sigue manifestando en cada vida transformada por el poder de Cristo.

Por lo tanto, amados hermanos, terminemos recordando esta verdad fundamental: Dios es amor. Todo lo que hace, lo hace movido por amor, y como sus hijos, debemos reflejar ese mismo amor en nuestras vidas. Que cada palabra y cada acción muestren al mundo que hemos conocido al Dios verdadero. Amémonos unos a otros, porque en ello se manifiesta la presencia de Dios en medio de nosotros.

No nos ha dado Dios espíritu de cobardía
Perdona para que seas perdonado