Me invocareis y yo os oiré

El pueblo de Israel ha sido reconocido como el pueblo de Dios, como la niña de sus ojos, Dios le dió grandes victorias, mostró su mano poderosa con todos ellos en Egipto, los guió por el desierto, los libró de grandes males, Dios nunca les abandonó y siempre fue un pueblo que pudo evidenciar la gloria de Dios.

Este reconocimiento no fue casualidad, sino el resultado del pacto que Dios había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. A través de generaciones, Dios demostró que Él es fiel y que nunca olvida sus promesas, incluso cuando su pueblo enfrenta pruebas o se desvía. La liberación de Egipto, la apertura del Mar Rojo y la provisión de maná en el desierto son claros recordatorios de que Dios actúa con poder a favor de quienes confían en Él.

Pero este pueblo, a pesar de probar las maravillas y bendiciones de Dios, muchas veces veces se iba detrás del mal y Dios les amonestaba a través de diferentes profetas según nos narra el antiguo testamento, hasta el punto que fueron cautivos por Babilonia, y todo esto por no honrar a Dios como debían hacerlo, sino que muchas veces se iban tras la idolatría y sus reyes no querían reconocer las palabras dichas por los profetas enviados por Dios.

La idolatría fue uno de los mayores problemas del pueblo de Israel. En lugar de adorar únicamente al Dios verdadero, levantaban altares a dioses ajenos, lo cual provocaba la ira de Jehová. No obstante, en su gran misericordia, Dios siempre levantaba a un profeta para llamarles al arrepentimiento. Esto nos enseña que aunque nuestras acciones nos aparten de la voluntad de Dios, siempre hay una puerta abierta para volver a Él mediante un corazón humillado y sincero.

Jeremías escribió una carta de parte de Dios para los cautivos de Israel en Babilonia:

12 Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré;

13 y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.

14 Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar.

Jeremías 29:12-14

Estas palabras fueron dirigidas a un pueblo que había perdido su libertad, su tierra y su identidad, pero no su esperanza. Dios les recuerda que, aunque estaban en cautiverio, todavía podían clamar y encontrar refugio en Él. Esta promesa no solo fue válida para Israel en aquel tiempo, sino que hoy también nos da esperanza cuando atravesamos tiempos de dificultad.

Nuestro Dios es bueno y no existe nadie como Él, pues, a pesar del pueblo de Israel ser rebelde, Dios siempre buscaba volverlos al camino, ¿por qué? Porque Dios siempre ha amado a su pueblo y de la misma manera cuando nosotros nos desviamos del camino Dios, siempre nos trae, porque el que empezó la buena obra en nosotros la terminará.

El amor de Dios es incondicional. Aunque nos apartemos, su Espíritu Santo nos redarguye y nos impulsa a regresar. De la misma manera en que un padre corrige a su hijo para que aprenda lo correcto, Dios permite situaciones en nuestra vida para moldearnos y recordarnos que dependemos totalmente de Él. Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Cristo.

Sin duda alguna, estas palabras de aliento de parte de Dios son una profecía de como Dios libraría su pueblo y tendría misericordia de ellos y podrían invocarlo nuevamente y Dios les iba a escuchar.

A lo largo de la historia bíblica vemos este patrón repetirse: Dios disciplina, pero también restaura. El exilio en Babilonia no fue el final para Israel, sino un proceso de purificación que les llevó a valorar nuevamente su relación con Dios. Así también, nuestras pruebas pueden convertirse en un escenario para experimentar la fidelidad y misericordia divina.

Clamemos a Dios, sin importar la prueba, Dios siempre nos escucha y les aseguro que Él nos puede librar de nuestros peores temores.

Orar con fe es abrir el corazón a nuestro Creador y reconocer que sin Él no podemos avanzar. La Biblia asegura que el clamor del justo llega a los oídos de Dios. Tal vez las circunstancias no cambien de inmediato, pero el consuelo y la fortaleza que recibimos en la oración nos dan la paz necesaria para continuar firmes. Hoy más que nunca debemos confiar en que el Señor oye nuestro clamor y obra a nuestro favor.

Conclusión: Así como Dios no abandonó a Israel en Babilonia, tampoco nos abandona a nosotros en nuestras luchas diarias. Sus promesas siguen vigentes y su amor permanece inmutable. Si clamamos de todo corazón, Él nos escuchará y nos dará una salida. Recordemos que Dios es fiel, que nunca nos deja solos y que siempre cumple su palabra.

Bendecid y no maldigáis
Dios no se olvida del clamor de los afligidos