Bendecid y no maldigáis

En la vida cristiana, una de las mayores enseñanzas que recibimos del Señor es aprender a responder al mal con el bien. No es fácil, porque nuestra naturaleza humana busca venganza, sin embargo, el evangelio nos llama a ser diferentes. Jesús nos enseñó que debemos amar a nuestros enemigos y orar por aquellos que nos maldicen. Esta actitud rompe con la lógica del mundo y refleja el carácter de Dios en nosotros.

Es bueno que bendigamos a todo aquel que hace maldad, pero también a aquellos que hacen el bien, pidamos a Dios que cambie la vida de todo aquel que hace cosas que no son agradables ante los ojos de Dios y que les guíe por buen camino.

Cuando bendecimos al que nos hiere, no significa que aprobamos su pecado, sino que dejamos que Dios trate con esa persona. Esto nos libera del resentimiento y de la carga de la venganza. Además, al desearles bien, demostramos que entendemos que solo Dios puede transformar un corazón endurecido.

La envidia es algo que persigue a las personas, esto es porque no se enfocan en lo que tienen sino, que miran lo que su compañero tiene, y esto es malo ante los ojos de Dios. A Dios no le agrada las personas que tienen envidia de las bendiciones de los demás.

Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.

Romanos 12:14

Demos gracias por aquellas personas que nos persiguen, aquellos que nos señalan y que buscan la manera de hacernos caer y que también quieren nuestra destrucción, no paguemos mal por mal sino, pidamos al Padre para que les ayude a cambiar su mentalidad.

La envidia muchas veces genera división en las familias, conflictos entre amigos y aún dentro de la iglesia. Sin embargo, la Palabra de Dios nos llama a vivir agradecidos con lo que tenemos y a alegrarnos con las bendiciones de los demás. Cuando aprendemos a confiar en que Dios tiene un plan perfecto para cada uno, dejamos de compararnos y comenzamos a valorar nuestro propio camino.

En estos tiempos vivimos esto, lo que se llama envidia con los demás, hay personas que por la bendición de los demás compañeros cometen homicidio, entre otros tipos de atrocidades. El corazón humano, sin la dirección de Dios, puede llegar a extremos terribles. Por eso necesitamos del Espíritu Santo, que cambia nuestra perspectiva y nos lleva a caminar en amor.

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.

Romanos 12:15

Pero también tenemos un momento de gozo, lo cual compartimos en familias y amigos donde nos reímos, por igual también tenemos un tiempo de llorar, donde quizás se nos va un ser querido o por otras cosas que pasan en nuestro diario vivir.

Este versículo nos enseña la importancia de la empatía. No se trata solo de celebrar cuando otros tienen éxito, sino también de acompañar en los momentos de dolor. Muchas veces las personas necesitan más nuestra compañía silenciosa que nuestras palabras. Estar presentes en medio de la alegría y del sufrimiento fortalece los lazos de unidad que Dios quiere que tengamos como iglesia.

Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

Romanos 12:16

Debemos estar unánimes, ser compasivos con las personas, ser humildes y ayudar a los desamparados, porque a esto Dios nos ha llamado con espíritu de paciencia, a no ser altivos, porque a Dios esto no le agrada. A las personas que son altivas Dios las mira, como dice en su palabra, pues los mira de lejos y al humilde de cerca. No seamos sabios en nuestra propia opinión, Dios es quien da la sabiduría, porque todos aquellos que se hacen sabios en su propia opinión, les llegará el momento donde tropezarán y caerán, y esto es por su altivez.

La humildad no es debilidad, es reconocer que todo lo que tenemos y sabemos proviene de Dios. El mundo nos empuja a ser autosuficientes y a vivir exaltando nuestro propio ego, pero la Biblia nos recuerda que sin Cristo nada podemos hacer. Ser unánimes significa dejar a un lado las diferencias personales y unirnos en lo esencial: el amor y la fe en Cristo Jesús.

En conclusión, Romanos 12:14-16 nos muestra un estilo de vida completamente contrario al de este mundo: bendecir en lugar de maldecir, alegrarnos con los demás en lugar de envidiar, llorar con ellos en lugar de juzgar, y vivir en humildad en lugar de la altivez. Si vivimos de esta manera, seremos verdaderos testigos del amor de Cristo en la tierra. La meta es que cada día nos parezcamos más a Él y que nuestras acciones sean un reflejo de su gracia y misericordia.

El Señor es mi ayudador, no temeré
Me invocareis y yo os oiré