Nuestro padre celestial es bueno, y Jesucristo nos pone un gran ejemplo sobre esto en el momento que habla sobre que ningún padre que su hijo le pida algo le da una piedra, cuánto más nuestro Padre celestial. Queridos amigos, servimos a un Dios bueno, un Dios que hace descender la lluvia sobre el bueno y el malo, que hace que la tierra de su fruto sobre todos, nuestro Dios no mira nuestra condición para bendecirnos, me refiero, no tenemos que ser buenos para recibir la bendición de Dios, porque de así ser nadie sería bendecido en este mundo, puesto que bueno solo hay uno y es nuestro amado Creador.
Muchos pasajes de la Biblia nos dicen que tenemos que acercarnos confiadamente a Dios y si pedimos bajo su voluntad, Él nos dará lo que queremos. La Biblia dice que todo lo que pidiéremos nos será dado, pero tenemos que cuidarnos de pedir mal, pues, Santiago le dice a la iglesia que ellos pedían y no recibían porque pedían mal. Por esto es bueno que conozcamos cuál es la voluntad de Dios, la cual es perfecta y buena.
Juan dijo en su primera carta:
21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios;
22 y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.
23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado.
1 Juan 3:21-23
Esta confianza que tenemos en Dios no puede ser superficial, tenemos que perseverar en sus mandamientos, en la gracia que se nos ha sido dada, hacer las cosas que son agradables delante de Él, amar a nuestro prójimo, y de esta manera Dios contesta nuestras peticiones, porque todo aquel que anda en sus mandamientos, que vive una vida consagrada a Dios pide bajo su voluntad.
Otra cosa que debemos tener muy en cuenta es mantener esa chispa de creencia en Jesucristo, creer con todo nuestro corazón que Dios le ha levantado de los muertos y que un día viene por su amada iglesia y seremos levantados juntamente con Él.
Al reflexionar sobre la bondad de Dios, recordemos que su misericordia no tiene límites. En el libro de Lamentaciones se nos dice que por su misericordia no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Son nuevas cada mañana, grande es su fidelidad. Esto nos enseña que cada día es una oportunidad para acercarnos a Él con fe y gratitud, sabiendo que aunque fallemos, su amor permanece firme.
Jesucristo mismo enseñó a sus discípulos a orar diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”. Al reconocer a Dios como nuestro Padre, entendemos que no somos huérfanos espirituales, sino hijos amados con acceso directo al trono de la gracia. Esto debe darnos confianza y esperanza, pues no dependemos de nuestras fuerzas humanas, sino de la bondad divina que nos sostiene en todo momento.
El apóstol Pablo también nos recuerda en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”. Este versículo nos anima a confiar plenamente en el carácter bondadoso de Dios. Si nos dio lo más grande, que fue a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará lo que necesitamos para nuestra vida diaria?
Debemos aprender a pedir con un corazón humilde y sincero. Muchas veces nos desesperamos porque creemos que Dios no responde, pero la realidad es que Él responde de la manera que más nos conviene. Puede decir “sí”, “no” o “espera”. Su voluntad siempre es buena, agradable y perfecta, aunque a veces nos cueste comprenderla. Confiar en Dios significa aceptar sus tiempos y sus formas, sabiendo que Él siempre obra para nuestro bien.
También es importante recordar que la bondad de Dios no debe llevarnos a la indiferencia espiritual. El hecho de que Él haga salir el sol sobre justos e injustos no significa que debamos tomar su amor a la ligera. Al contrario, esa gracia debe impulsarnos a vivir vidas santas, agradecidas y comprometidas con su palabra, demostrando amor hacia los demás como una respuesta natural a su bondad.
En conclusión, tenemos un Padre celestial que es infinitamente bueno, que escucha nuestras oraciones y que desea lo mejor para sus hijos. Su bondad no depende de lo que seamos, sino de lo que Él es: amor y misericordia. Acerquémonos con fe, confiando en que todo lo que pedimos en su voluntad será concedido, y vivamos agradecidos por su amor constante que nos sostiene día a día.