Cada día debemos pedirle al Señor que nos ayude a tener paciencia para soportar las tentaciones, resistir los ataques del enemigo y sobrellevar los obstáculos que inevitablemente aparecen en nuestras vidas. La paciencia no es simplemente esperar con los brazos cruzados, sino perseverar con confianza en Dios, sabiendo que Él tiene el control de todas las cosas. Cuando pedimos paciencia, también pedimos la fortaleza para permanecer firmes en la fe aun cuando los tiempos sean difíciles.
El salmista David, uno de los mayores ejemplos de confianza en Dios, tuvo que enfrentar numerosos enemigos. Estos buscaban continuamente la manera de destruirlo y de acabar con su vida. Sin embargo, David no se desesperaba ni vivía enfocado en sus adversarios. En lugar de eso, corría inmediatamente a la presencia del Señor, se humillaba en oración y le pedía que tomara la justicia en sus manos. Él sabía que el juicio pertenece solo a Dios y que ninguna arma forjada contra el hijo de Dios prosperará.
No te impacientes a causa de los malignos,
Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.Salmos 37:1
Este consejo del salmista sigue siendo relevante para nosotros hoy. Muchas veces vemos a los impíos prosperar, alcanzar riquezas y aparentar éxito en la vida, mientras que los justos atraviesan luchas. Sin embargo, no debemos envidiar a quienes prosperan mediante la injusticia ni inquietarnos por sus logros. David entendió que la prosperidad del malo es pasajera y que la verdadera bendición viene únicamente de Dios.
Hubo un tiempo en que Saúl, quien era rey de Israel, se convirtió en enemigo de David. Movido por los celos y la envidia, mandaba a sus guardias a perseguirlo con el fin de matarlo. En varias ocasiones estuvo a punto de atraparlo, pero la mano poderosa de Dios guardó a David en todo momento. El Señor lo libró no solo de los hombres que querían hacerle daño, sino también de las fieras y de los peligros naturales que podían cruzarse en su camino. Esto nos enseña que, cuando confiamos en Dios, Él nos protege de maneras que ni siquiera imaginamos.
David no tenía envidia de los malignos, pues sabía que ellos actuaban contra la voluntad de Dios y que su final no sería bueno. La envidia es algo que el Señor detesta, porque corroe el corazón y lleva al hombre a actuar con odio y resentimiento. En cambio, el corazón del justo se deleita en el Señor y en hacer lo correcto, aunque parezca que por un tiempo los impíos prosperen.
Porque como hierba serán pronto cortados,
Y como la hierba verde se secarán.Salmos 37:2
Esta es la promesa para todo aquel que practica la maldad. La Escritura compara su final con la hierba que, aunque florece verde por un tiempo, pronto es cortada y se seca. El impío puede parecer fuerte, pero su destino está marcado por la justicia de Dios. Así como una máquina corta un tronco con facilidad, así también el Señor pondrá fin a la obra de los que hacen iniquidad.
En el campo, cuando la lluvia cesa, la hierba comienza a secarse y pierde su vitalidad. El agua es lo que la mantiene viva y verde. De la misma manera, el hombre que no tiene a Dios en su vida está destinado a secarse espiritualmente. Solo la presencia de Dios es el agua viva que puede mantenernos firmes, llenos de esperanza y vida abundante. Sin esa agua celestial, el corazón humano se marchita y muere.
Así como la hierba se seca sin agua, también lo hará todo aquel que se empeñe en practicar la maldad. Por eso es vital examinar nuestros caminos y asegurarnos de que estamos andando en la senda de la justicia. Seamos sabios en el Señor, practicando la paciencia, la bondad y la fe. Si procuramos hacer lo que es agradable ante los ojos de Dios, recibiremos la recompensa de su gracia y seremos fortalecidos para perseverar hasta el fin.