La Biblia nos habla una gran cantidad de veces sobre la confianza. Una y otra vez somos exhortados a poner nuestra confianza en Dios, porque solo en Él podemos hallar seguridad verdadera. Hay un versículo muy conocido por todos nosotros que dice: «Los que confían en Dios son como el monte de Sion que permanece para siempre». Esta declaración nos recuerda que la confianza en el Señor no es algo pasajero ni frágil, sino firme, estable e inamovible. ¿En quién podríamos confiar más que en el mismo Dios que creó los cielos y la tierra y que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa?
La Biblia declara:
En aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro.
2 Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades.
3 Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.
Isaías 26:1-3
Este pasaje nos muestra que la confianza en Dios trae como resultado paz completa. No se trata de una paz parcial o temporal, sino de una paz perfecta que viene del mismo corazón de Dios. El Señor promete guardar en esa paz a todos aquellos que perseveran en Él y que mantienen sus pensamientos fijos en su verdad. Aunque los problemas y las dificultades se levanten, quienes confían en Dios experimentan una calma que el mundo no puede comprender ni ofrecer.
Es cierto que en la vida pasamos por muchas situaciones que roban la tranquilidad de nuestro corazón. A veces las pruebas parecen interminables y las preocupaciones nos abruman. En esos momentos podríamos pensar que la paz prometida por Dios no es real. Pero la Palabra nos da otra perspectiva, y el apóstol Pablo nos lo recuerda:
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Filipenses 4:7
Este versículo es un bálsamo para el alma. Nos enseña que la paz de Dios va más allá de nuestra lógica y de nuestro razonamiento humano. Es una paz que no depende de las circunstancias externas, sino de la obra interna de Cristo en nuestros corazones. Esa paz sobrenatural guarda nuestra mente de la ansiedad y protege nuestro corazón de la desesperación. De esta manera, la confianza en Dios se fortalece y nos ayuda a creer más allá de lo visible y de lo humano.
El pueblo de Israel también tuvo que aprender a confiar en el Señor en medio de pruebas y tempestades. Cuando estaban rodeados de enemigos o enfrentaban tiempos de escasez, Dios les recordaba que debían depender únicamente de Él. Así como Israel necesitaba esa confianza en el desierto y en sus batallas, nosotros también la necesitamos hoy para poder perseverar en medio de las luchas diarias. La confianza en Dios es el ancla que mantiene firme nuestra fe en los momentos más oscuros.
Dios nos invita continuamente a confiar en Él. Esta invitación es más que un simple consejo; es una promesa de que quien confía en el Señor jamás será avergonzado. La confianza en el hombre muchas veces nos decepciona: esperamos ayuda de alguien y al final no llega, confiamos en promesas humanas que se rompen con facilidad, o ponemos nuestra seguridad en riquezas que un día pueden desvanecerse. Pero Dios no es así. Él es fiel, verdadero y cumple todo lo que promete. Si Dios dijo que estaría con nosotros, entonces podemos estar seguros de que así será.
Por eso, cada vez que enfrentemos momentos de temor, duda o incertidumbre, recordemos que nuestro Señor es digno de confianza. Él nunca llega tarde, nunca falla y nunca olvida a los suyos. Confiar en Dios es descansar en su carácter perfecto, en sus promesas eternas y en su amor inmutable. ¡Confiemos en Dios! Porque solo en Él encontramos la paz, la seguridad y la esperanza que necesitamos para seguir adelante cada día.