La Biblia nos habla muchísimas veces sobre la fe, nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios, y por otro lado nos enseña que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. A lo largo de toda la Escritura se nos muestran ejemplos de hombres y mujeres que confiaron plenamente en Dios con todo su corazón, aunque no podían verle físicamente. Esa confianza firme los convirtió en grandes instrumentos en las manos del Señor para mostrar al mundo cuán poderoso es Él. Esa misma fe que acompañó a Abraham, Moisés, David, Daniel y tantos otros, también debe acompañarnos a nosotros hoy en día. No se trata de tener una fe para hacer descender fuego del cielo o para dividir el mar, sino de manifestar con nuestras vidas que existe un Dios vivo y verdadero, Creador de todo lo que existe, que sigue sosteniendo el universo con Su palabra.
La Biblia dice:
22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;
23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?
25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
Romanos 8:22-25
Aquí se nos recuerda que nuestra salvación está íntimamente ligada con la esperanza y con la fe. Todo lo que vemos en este mundo es pasajero y está sujeto a corrupción, pero nosotros hemos sido llamados a vivir con los ojos puestos en algo mayor, en lo eterno. Esa esperanza viva que Dios ha puesto en nuestros corazones no es algo que podamos ver con los ojos naturales, sino algo que abrazamos con fe. Confiar en lo que no se ve es difícil para el ser humano, pero es justamente esa fe la que distingue a los hijos de Dios de los que no creen. La fe genuina se atreve a descansar en las promesas del Señor aun cuando todo alrededor parece contradecirlas.
La Biblia también dice:
No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
2 Corintios 4:18
Este versículo nos invita a cambiar nuestra perspectiva. El creyente no debe vivir atado a lo que se percibe con los sentidos humanos, sino que debe levantar la mirada hacia lo eterno. Lo que vemos con los ojos físicos se desgasta, se acaba y desaparece, pero lo que no vemos, lo que está guardado en la eternidad con Cristo, permanece para siempre. Tener esta visión espiritual nos ayuda a perseverar en medio de las pruebas, a no desanimarnos cuando enfrentamos sufrimientos y a seguir caminando con la mirada fija en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Un día disfrutaremos en plenitud de aquello que hemos estado esperando durante tantos años: la redención total de nuestros cuerpos, la gloria de estar en la presencia de nuestro Señor. Mientras tanto, no debemos retroceder, porque como dice la Escritura, no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. La venida de Cristo es la mayor motivación para mantenernos firmes. Él vendrá en las nubes con gloria y poder, y allí toda fe y toda esperanza se verán recompensadas.
Por eso, sigamos creyendo en Dios y manteniendo esa fe que va más allá de lo que los ojos pueden ver. No se trata de fe en nuestras fuerzas ni en nuestra capacidad, sino en el Dios que cumple todo lo que promete. Aunque nuestra fe sea pequeña, si está puesta en el Señor será suficiente para sostenernos hasta el día final. Que cada uno de nosotros pueda decir con convicción que camina por fe y no por vista, esperando con paciencia la manifestación gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo. Mantengamos la fe, porque esta fe nos une, nos fortalece y nos llevará a la victoria eterna en Cristo.