Vivimos en un mundo donde los seres humanos constantemente se esfuerzan por superar sus limitaciones. Queremos lograr más, alcanzar sueños y proyectos, pero siempre nos encontramos con barreras que nos recuerdan que no somos todopoderosos. Las enfermedades, las preocupaciones, la escasez y los temores nos muestran que dependemos de algo mucho más grande que nosotros mismos. En medio de esta realidad, surge una verdad que llena de esperanza: existe un Dios infinito, perfecto y todopoderoso, que no conoce de imposibles y que siempre actúa conforme a su voluntad soberana.
El ser humano está lleno de limitaciones. No podemos alcanzar todo lo que queremos, nuestros recursos son finitos y nuestra existencia misma está marcada por la certeza de que un día hemos de morir. Nuestros pensamientos son tan limitados que, muchas veces, no logramos comprender las cosas profundas de Dios. Todo esto nos recuerda lo frágiles y pequeños que somos en comparación con la eternidad y la grandeza de nuestro Creador. Sin embargo, en medio de estas limitaciones e imperfecciones, tenemos una gran noticia: podemos reposar en un Dios perfecto, para el cual no existe nada imposible.
Cuando afirmamos que para Dios no hay nada imposible, no lo decimos como una frase motivacional sin sentido, sino como una verdad respaldada por la Escritura. La Biblia está llena de testimonios de hombres y mujeres que vieron la mano de Dios obrando de manera sobrenatural. Desde la creación misma, cuando Dios formó todo de la nada con el poder de su palabra, hasta los milagros de Jesús al sanar enfermos, resucitar muertos y multiplicar los panes y los peces, encontramos la evidencia de que nada es difícil para nuestro Dios. Y entre todas esas maravillas, la más grande de todas es la transformación de nuestro corazón: pasar de muerte a vida, de tinieblas a luz, de esclavos del pecado a hijos de Dios.
Podemos también ver en la historia del pueblo de Israel innumerables ejemplos del poder divino. Dios abrió el Mar Rojo para que su pueblo cruzara en seco, hizo caer maná del cielo para alimentarles y sacó agua de la roca en medio del desierto. Todo esto demuestra que no existen barreras para Aquel que gobierna sobre todo lo creado. Si pudo sostener a un pueblo entero durante cuarenta años en circunstancias imposibles, ¿cómo no podrá obrar también en nuestra vida cotidiana?
Un ejemplo claro lo vemos en el relato del joven rico. Jesús le dice que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos, y los discípulos, impresionados, preguntaron con asombro:
26 Y los que oyeron esto dijeron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?
27 Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
Lucas 18:26-27
Aquí encontramos el centro de nuestra confianza: lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios. Ninguno de nosotros puede salvarse por sus propias fuerzas, méritos o recursos, pero Dios, en su misericordia, nos concede la salvación a través de Jesucristo. No hay pecado tan grande que Él no pueda perdonar, ni vida tan perdida que Él no pueda restaurar. Su gracia es suficiente y su poder ilimitado.
Esto debe animarnos en cada circunstancia de la vida. Cuando nos enfrentamos a enfermedades incurables, a problemas imposibles de resolver o a cargas que parecen insuperables, recordemos que para Dios no hay nada imposible. Él abre puertas donde no hay salida, trae esperanza en medio de la desesperación y transforma lo que parecía muerto en vida abundante. Nuestra tarea no es intentar controlar lo incontrolable, sino confiar plenamente en que su voluntad es buena, agradable y perfecta.
Querido hermano y amigo, nuestro Dios es fortaleza en el día de la angustia, refugio en la tempestad, roca firme que no se quiebra. La Biblia lo describe de múltiples maneras: el Fuerte de Israel, el Poderoso de Jacob, la Vid verdadera, la Rosa de Sarón, la Roca que dio de beber en el desierto, el Maná del cielo, la Columna de fuego que guiaba a Israel de noche y la Nube que los cubría de día, la Luz del mundo, el Agua viva que salta para vida eterna, el Fiel consejero, Dios omnipotente. Todos estos títulos son intentos humanos por describir su grandeza, pero ni siquiera en la eternidad podremos abarcar todo lo que Él es. ¡Gloria a Dios por sus maravillas!
Por eso, no te desalientes ante tus limitaciones. En lugar de enfocarte en lo que no puedes, mira al Dios que lo puede todo. Confía en Él, descansa en sus promesas y proclama con fe que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Esta verdad no solo nos sostiene, sino que nos impulsa a vivir confiados, sabiendo que estamos en las manos del Todopoderoso.
En conclusión, aunque nuestra naturaleza humana está marcada por debilidades y limitaciones, tenemos la dicha de conocer a un Dios que trasciende todo entendimiento. Él es capaz de obrar en lo pequeño y en lo grande, en lo cotidiano y en lo extraordinario. Nuestro deber es mantener nuestra mirada puesta en Él, porque mientras nuestros recursos se acaban, los de Dios son infinitos. Así podremos vivir con esperanza, paz y seguridad, sabiendo que servimos al Dios de lo imposible.