Bendito el varón que confía en Jehová

Hoy en día podemos ver que muchas personas tienen su confianza depositada en estatuas hechas de madera, en imágenes, en objetos de piedra o metal, sin saber que existe un Dios real, vivo y verdadero en el cual podemos depositar toda nuestra confianza. Esta práctica de confiar en cosas creadas por manos humanas no es nueva; ya en tiempos bíblicos, los profetas denunciaban la idolatría como un error que apartaba al pueblo del verdadero Dios. La idolatría no solo consiste en adorar imágenes, sino en poner nuestra confianza en cualquier cosa que ocupe el lugar que le corresponde al Señor en nuestro corazón.

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.

Jeremías 17:7

Jeremías, el profeta de Dios, enfrentó muchas dificultades mientras llevaba el mensaje divino. Fue perseguido, rechazado e incluso encarcelado. En ocasiones se sintió solo y desanimado, pero en medio de todo ello experimentó la fidelidad de Dios. El Señor estuvo con él dondequiera que iba, dándole la fuerza necesaria para perseverar en su misión. Por eso, cuando Jeremías habla de confiar en Dios, no lo hace como una teoría o un concepto, sino como alguien que vivió esa confianza en carne propia.

El profeta sabía de lo que hablaba cuando exhortaba al pueblo a depender de Dios en todo momento. Su vida fue un testimonio de fe y perseverancia. A pesar de las lágrimas y de la incomprensión, él confiaba plenamente en que quien ponía su confianza en Jehová sería bendecido. Jeremías tenía la convicción de que el hombre que deposita su fe en Dios nunca será avergonzado, porque Dios recompensa la fidelidad de aquellos que le siguen.

Porque será como el árbol plantado junto a las aguas,
que junto a la corriente echará sus raíces,
y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde;
y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.

Jeremías 17:8

Aquí Jeremías utiliza una comparación hermosa y poderosa. Dice que el hombre que confía en Jehová es como un árbol plantado junto a corrientes de agua. Así como un árbol junto al río siempre tiene acceso a la vida, el creyente que está arraigado en Dios siempre tendrá sustento espiritual. La sequía puede llegar, el calor puede arder, pero ese árbol permanece verde, firme y fructífero. De la misma manera, aquel que se aferra al Señor no se marchita en las pruebas, sino que sigue dando fruto.

Cuando una flor no recibe agua, inmediatamente se marchita. Cuando un árbol no tiene raíces profundas y la lluvia se detiene, pronto sus hojas se secan. En cambio, el árbol que crece junto al arroyo tiene raíces fuertes que se extienden hacia la corriente. Sus hojas siempre se mantienen verdes y sus frutos son saludables. Así debe ser nuestra vida espiritual: enraizada en la Palabra de Dios, alimentada cada día por su presencia, firme ante los vientos y las sequías de la vida.

Una enseñanza importante de esta comparación es que las raíces profundas no se forman de la noche a la mañana. De la misma manera, nuestra confianza en Dios debe crecer con constancia, con oración diaria, con lectura de la Palabra, con obediencia y con una relación personal con Cristo. Solo así, cuando venga el calor de la prueba, no seremos movidos fácilmente, porque nuestras raíces estarán en el río de la vida eterna.

Por eso debemos recordar que lo primero en nuestra vida debe ser Dios. ¿Y por qué Dios? Porque Él es nuestra esperanza, nuestro sustento, nuestro ayudador, nuestro refugio en medio de la tormenta. Él nunca falla y nunca ha fallado. Su fidelidad ha sido probada a lo largo de la historia y lo seguirá siendo por la eternidad. Confiemos en el Señor de todo corazón, para que cuando vengan momentos críticos podamos mantenernos firmes, sabiendo que nuestra confianza está en las manos seguras de un Dios que nunca cambia.

En la casa de mi Padre muchas moradas hay
Jehová no te dejará