Posiblemente muchos de nosotros nos sintamos abatidos el día de hoy, sin fuerzas, sin esperanzas, sin saber qué hacer, y sentimos que nuestra alma está en una cárcel de la cual creemos que no podemos salir. Todo esto padecieron aquellos siervos de Dios en la Biblia, mas se mantuvieron creyendo siempre en Dios, con la frente siempre en alto porque tenían su esperanza en el dador de la vida.
El salmista David escribió:
9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?10 Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?11 ¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.Salmo 42: 9-11
Recordemos que David fue un hombre de Dios, fiel en todo el servicio que le correspondía, sin embargo, nada de esto lo libraría de tener que padecer aflicciones. De la misma manera, no creamos que porque somos hijos de Dios no vamos a sufrir, recordemos que estamos en la tierra y no estamos exentos de nada en absoluto, lo único que nos hace diferentes a las personas sin Dios es que nosotros tenemos una confianza que nunca nos avergüenza y esa esperanza se llama Cristo.
Cierto predicador dijo: «Cuando eres un hombre maduro en Dios estarás roto en mil pedazos». Esto es cien por ciento cierto, puesto que cada dolor, cada prueba nos va marcando, pero esas marcas nos dan madurez y esa madurez nos da esperanza para confiar más en Dios.
David dice: «¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío». En ese profundo dolor que sentía David solo le restaba hacer esta ferviente oración, diciéndole a su alma que aún tenía que seguir alabando a su Dios y esta oración fue un gran rayo de esperanza en aquella tempestad.
¿Te sientes afligido a tal magnitud? Ve ante Dios, ora con fe, ordena a tu alma que aún tiene que seguir alabando a Dios.
Muchas veces creemos que la fe es solo para los momentos de alegría, cuando todo va bien y no hay problemas a nuestro alrededor. Sin embargo, la verdadera fe se demuestra en los momentos más oscuros de nuestra vida, cuando la tristeza parece más fuerte que la esperanza y cuando el enemigo nos susurra que Dios se ha olvidado de nosotros. Es ahí donde debemos hacer como David: hablarle a nuestra alma y recordarle que todavía hay motivos para alabar.
En la Biblia encontramos a muchos hombres y mujeres que atravesaron valles de lágrimas, pero que, aun en medio de su dolor, levantaron su mirada al cielo. Job, por ejemplo, lo perdió todo en un solo día, y aunque su corazón estaba hecho pedazos, pronunció aquellas palabras inmortales: «Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito». Esa declaración de fe nos enseña que, aunque no entendamos lo que vivimos, podemos descansar en la soberanía de Dios.
Lo mismo sucede con el apóstol Pablo, quien en medio de cárceles, persecuciones y enfermedades podía afirmar que «todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Esto no era una frase vacía, sino una convicción profunda de que, aun en la debilidad, Dios mostraba su poder. La esperanza cristiana no depende de circunstancias externas, sino de la certeza de que Dios sigue siendo fiel.
En nuestros tiempos también enfrentamos aflicciones: problemas familiares, económicos, enfermedades y tantas situaciones que nos roban la paz. Sin embargo, el consejo sigue siendo el mismo: hablar a nuestra alma y decirle «espera en Dios». Cuando recordamos sus promesas, encontramos un ancla firme en medio de la tormenta. Él prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y esa promesa nunca falla.
Por eso, cada vez que sientas que tu alma está abatida, recuerda que no estás solo. La oración es el puente que conecta nuestra debilidad con el poder de Dios. Alabar en medio de la tristeza no es negar el dolor, sino reconocer que tenemos un Dios más grande que nuestras lágrimas. Y cuando confiamos en Él, nuestra fe se fortalece y nuestra esperanza se renueva.
En conclusión, las palabras de David en el Salmo 42 son un recordatorio eterno de que siempre hay un motivo para alabar, aun en medio de la angustia. Si tu alma se siente cansada y sin rumbo, habla con Dios, llénate de su Palabra y ordénale a tu corazón esperar en Él. Así descubrirás que el Señor sigue siendo tu roca, tu salvación y tu Dios en todo momento.