Hablar de Jesús es hablar del centro de nuestra fe cristiana. Muchas religiones y filosofías del mundo pueden tener a grandes maestros, líderes o pensadores, pero solo Jesús se presenta como la respuesta final a la necesidad espiritual del ser humano. Él no es simplemente un buen ejemplo a seguir o un maestro moral, sino el Hijo de Dios, aquel que vino al mundo para dar vida en abundancia y salvarnos de la condenación del pecado. Por eso, comprender quién es Jesús es la pregunta más importante que todo ser humano debe responder.
¿Quién es Jesús? El mismo Jesús dice:
Yo soy el pan de vida.
Juan 6:48
Cuando la Biblia nos habla que Jesús es nuestro pan de vida, es porque sin ese pan nuestra vida espiritual carece de fuerza. Así como el cuerpo no puede vivir sin alimento, nuestra alma no puede vivir sin Cristo. Él es nuestro sustento, quien nos sostiene en todo momento, especialmente en los más difíciles. Sin su presencia, la vida se vuelve vacía; con Él, encontramos propósito y esperanza.
Este pan es de suma importancia porque es la Palabra misma de Dios hecha carne. Jesús es el Verbo de vida, la voz del Padre que aclara nuestras dudas y nos da dirección. Cuando nos acercamos a Él, encontramos alimento espiritual que fortalece nuestro ser interior y nos permite enfrentar las batallas de la vida con fe y confianza. Las palabras de Jesús son verdaderas, seguras y eternas.
Podemos ver ejemplos de cómo ese pan de vida sostuvo a hombres de fe como David. Este hombre constantemente clamaba al Señor pidiendo ayuda y restauración, pues enfrentaba enemigos, tentaciones y momentos de angustia. Sin embargo, nunca dejó de buscar al Señor, y siempre encontró en Él fortaleza. Dios lo libraba de todo mal y lo guardaba de quienes querían destruirlo. David sabía que su vida dependía del alimento que provenía del Dios vivo.
Otro ejemplo lo vemos en Moisés. Aunque decía no tener palabras para hablar delante del faraón, Dios lo fortalecía y le ponía en su boca lo que debía decir. Así, Moisés pudo transmitir la Palabra de vida a Israel y guiar al pueblo en medio del desierto. Ese mismo Dios que lo sustentó es el mismo que hoy nos da de comer el pan espiritual que nunca se acaba.
De cierto, de cierto os digo:
El que cree en mí, tiene vida eterna.
Juan 6:47
Jesús, en su ministerio, repetía constantemente que Él era el pan de vida. Quería que la gente entendiera que quien se alimentara de Él nunca volvería a tener hambre espiritual. No hablaba de un pan material, sino de un pan eterno que sacia la sed del alma. Ese pan es el que da seguridad en medio de la duda y luz en medio de la oscuridad.
Este pan nos llena cada día, fortalece nuestro corazón y nos da sentido a la vida. Y lo más hermoso es que nunca se acaba. Jesús es el autor de toda Palabra de vida y, así como Él nos alimenta, también nosotros tenemos la responsabilidad de compartir este pan con quienes aún no lo conocen. El cristiano no guarda para sí mismo lo que recibe, sino que lo reparte para que otros también disfruten de la gracia.
Seamos sabios en el Señor y no ignoremos a quienes todavía no han probado de este pan. Ellos también necesitan beber del agua viva que Jesús ofrece, esa agua que corre como río y que limpia nuestro interior de toda impureza. Esa agua refresca, renueva y da fuerza para seguir adelante. El mismo Dios Todopoderoso es quien nos da de beber para que nunca más tengamos sed.
Por eso, querido lector, si aún no has bebido de esa agua ni has comido de ese pan, te invito a que lo hagas hoy. Cristo es el único que puede darte vida eterna. Su pan y su agua no solo sostienen tu presente, sino que te garantizan un futuro con Él para siempre. Este es el alimento que permanece para vida eterna, y su nombre es Jesús, el Pan de Vida.