Dios pelea nuestras batallas

Todos hemos leído aunque sea un poco de la historia del pueblo de Israel, y específicamente cuando estaban en Egipto y Dios los sacó con mano fuerte de allí. Sin duda alguna, Dios demostró un amor increíble por este pueblo, haciendo maravillas, señales y prodigios frente a sus enemigos. Cada plaga enviada a Egipto fue una manifestación de que Jehová es el único Dios verdadero. De esta manera, el Señor dejó en claro que estaba con ellos y que no tenían de qué temer. Lo que comenzó como una historia de esclavitud se transformó en un relato de liberación, donde la fidelidad divina fue la protagonista.

El capítulo 14 de Éxodo nos narra cómo Dios hizo pasar a su pueblo en seco por el mar Rojo. Pero antes de experimentar el milagro, la duda se apoderó de sus corazones. Al ver que los egipcios venían tras ellos, se llenaron de miedo y exclamaron desesperados:

«¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto» (Éxodo 14:12)

Tal vez dirás: «Qué rápido se fue el corazón del pueblo de Israel tras la duda». Y sí, es cierto que en muchos momentos fueron presentados como un pueblo de poca fe que incluso se apartaba de Dios. Sin embargo, debemos reconocer que esta situación no era cualquier cosa: tenían al ejército más poderoso de la época detrás de ellos y, frente a sus ojos, un mar imposible de cruzar. Desde una perspectiva humana, la derrota parecía segura. No es una defensa de su incredulidad, pero sí una invitación a reflexionar: ¿qué habríamos hecho nosotros en un momento así? ¿Habríamos tenido más fe o hubiésemos reaccionado igual?

La realidad es que nosotros también hemos dudado en momentos de pruebas. Quizá no lo decimos con las mismas palabras que Israel, pero en lo íntimo del corazón hemos preguntado: «¿Dónde estás, Señor?». Cuando los problemas nos rodean y las soluciones parecen imposibles, nuestra fe tambalea. No hace falta un ejército detrás de nosotros ni un mar enfrente para sentirnos atrapados; basta con una crisis familiar, una enfermedad, una deuda o una pérdida inesperada para hacernos sentir acorralados. En esos instantes, reaccionamos como Israel: con temor y con preguntas.

Israel necesitaba un líder, alguien que les recordara que no estaban solos. Y lo maravilloso es que Dios les dio a Moisés, un hombre que había aprendido en el desierto a depender del Señor. En medio del caos y del miedo colectivo, Moisés se levantó con voz firme para declarar:

Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. (Éxodo 14:13)

¡Qué reconfortantes fueron esas palabras! Moisés no reprendió con dureza al pueblo por su falta de fe, sino que los animó a mirar a Dios y no a las circunstancias. Aunque tenían delante un mar imposible y detrás a un enemigo feroz, él les recordó que el Dios que los había sacado de Egipto era el mismo que pelearía por ellos en ese momento. Moisés fue un instrumento para calmar el miedo y para dirigir las miradas hacia el Señor.

Luego añadió con más fuerza:

Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos. (Éxodo 14:14)

Estas palabras son un eco eterno que aún resuena en nuestra vida. Cuántas veces hemos estado frente a «mares rojos» personales: decisiones imposibles, situaciones que no entendemos, problemas que nos superan. Y en cada ocasión Dios nos recuerda: «No temas, yo pelearé por ti». Él es quien abre caminos donde no los hay, quien calma la tormenta y quien vence a los enemigos que parecen invencibles. El pueblo de Israel experimentó un milagro grandioso: caminaron por tierra seca en medio del mar, mientras el mismo mar se convirtió en tumba para los egipcios que los perseguían. Así también nosotros, cuando confiamos, vemos cómo Dios abre sendas de victoria en medio de las pruebas.

Que estas palabras penetren hoy en lo profundo de nuestro corazón. Nuestras batallas no se libran en soledad, sino con un Dios poderoso a nuestro lado. No estamos solos, y esa certeza debe animarnos en medio de nuestros desiertos, de nuestras luchas y de nuestras lágrimas. El mismo Dios que abrió el mar Rojo sigue actuando en la vida de quienes confían en Él. Por eso, al igual que Israel, aprendamos a estar firmes, confiados, sabiendo que la salvación es del Señor.

Luz en medio de la oscuridad
Dios, el Padre perfecto