¿Quién es Dios? Esta es quizás la pregunta más grande que un ser humano puede hacerse. La respuesta no se puede encerrar en una sola frase, porque Dios es un ser infinito, eterno y perfecto. Podemos afirmar que es un ser existente, superior a los hombres y a los ángeles. Es incomparable, lleno de poder absoluto, gobernador de todo el universo y de los cielos de los cielos. Es la máxima expresión de sabiduría, de poder y de santidad. ¿Qué más podemos decir de Dios? Podríamos llenar páginas enteras hablando de lo majestuoso y temible que es nuestro Creador, y aun así no llegaríamos al conocimiento pleno de quién es Él.
El ser humano nunca termina de conocer a Dios en su totalidad. El apóstol Pablo lo expresa con humildad en 1 Corintios 13:12: «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido«. Es decir, en esta vida nuestro conocimiento de Dios siempre será parcial. La Biblia nos revela mucho sobre Él, pero incluso con toda su grandeza literaria y espiritual, solo vislumbramos una pequeña parte de lo que Dios es.
Para tener una idea de la magnitud de la revelación bíblica, pensemos en lo siguiente: la Palabra de Dios posee más de 3.500.000 letras, más de 770.000 palabras, 31.102 versículos, 1.189 capítulos y 66 libros. Toda esa riqueza escrita apunta al carácter, poder y gloria del Señor. Sin embargo, aun con todo ese tesoro de revelación, seguimos viendo como a través de un espejo empañado: conocemos, sí, pero no en plenitud. Solo un día, en la eternidad, veremos a Dios cara a cara.
Cuando leemos los portentos y milagros que Dios ha hecho, quedamos maravillados de su poder. Desde la creación del mundo hasta las maravillas realizadas en la historia de Israel, vemos un Dios que abre mares, que hace llover maná, que derriba muros y que resucita muertos. Y sin embargo, todas esas cosas portentosas no son ni un uno por ciento de lo que nuestro Creador puede hacer. Como dijo Salomón en 1 Reyes 8:27: «¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?«.
Pensemos en la inmensidad de los cielos de los cielos. El universo observable es tan vasto que los científicos aún no logran medirlo en su totalidad. Y aun así, ese universo infinito no puede contener a Dios. Él es más grande que lo visible e invisible, más grande que todo lo creado. Por eso el evangelista Mateo nos dice que la tierra es el estrado de sus pies y el cielo su trono (Mateo 5:34). Estas imágenes nos recuerdan cuán glorioso y majestuoso es el Señor.
Nuestro Dios es grande. Podríamos vivir eternidad tras eternidad y nunca terminaríamos de conocerle por completo. ¿Se da cuenta usted de a quién servimos? No seguimos a un personaje de ficción, no seguimos a un héroe humano, seguimos al Dios de los ejércitos de los cielos, al Dios todopoderoso, al que sostiene con su palabra el universo entero. Para nosotros debe ser un honor y un privilegio tener siquiera un poco de conocimiento de quién es Él. Y ese poco conocimiento nos basta para reconocer que es digno de toda gloria y alabanza.
Por eso, nuestra respuesta ante un Dios tan grande debe ser reverencia, obediencia y adoración. Si Él es tan inmenso y glorioso, entonces ¿cómo no rendirle nuestras vidas? Si Él lo sabe todo y su entendimiento es infinito, ¿cómo no confiar en sus planes aunque no los entendamos?
Para finalizar, recordemos lo que dijo el salmista:
«Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder;
Y su entendimiento es infinito.»
Salmos 147:5
Este verso resume lo que nuestros corazones deben proclamar: Dios es grande, poderoso y su sabiduría no tiene límites. Servimos a un Dios eterno, incomprensible en su totalidad, pero cercano y fiel para con su pueblo. Esa es nuestra esperanza y nuestro gozo.