Tú estás aquí Jesús

A veces estamos envueltos en problemas tan difíciles que creemos que nunca vamos a salir de ellos. Las presiones de la vida nos abruman, los temores nos paralizan y las dudas comienzan a invadir nuestro corazón. En esos momentos de debilidad solemos olvidar las promesas de Dios, que son firmes e inquebrantables. Sin embargo, la realidad es que Jesús siempre estará en nuestra barca, sin importar la magnitud de la tempestad que nos esté azotando. Su presencia es la garantía de que no seremos destruidos por los vientos contrarios.

En este artículo meditaremos sobre una de las maravillosas obras que nuestro Redentor realizó mientras estuvo en la tierra:

El versículo 48 nos muestra un detalle precioso: Jesús estaba observando desde la distancia cómo sus discípulos remaban con fatiga. Esto refleja la realidad de nuestro Señor, que nunca es indiferente a nuestras luchas. Él ve cada lágrima, cada esfuerzo y cada temor que enfrentamos en medio de nuestras tormentas. Y no solo observa, sino que se levanta para socorrernos en el momento más oportuno.

Cuando la tempestad azotaba la barca, Jesús no se quedó en tierra de brazos cruzados. Al contrario, caminó sobre el mar para ir hacia ellos. Esta acción tiene un profundo simbolismo: aquello que nos da miedo, aquello que creemos que nos hundirá, está bajo los pies de Cristo. El mar embravecido no lo pudo detener, porque Él tiene autoridad sobre la creación y sobre toda circunstancia.

Sin embargo, al ver a Jesús caminar sobre el agua, los discípulos no reconocieron inmediatamente quién era. Se turbaron y gritaron de miedo pensando que era un fantasma. Aquí vemos cómo, en medio de nuestras pruebas, el temor puede cegarnos al punto de no reconocer la presencia de Dios que viene en nuestra ayuda. El problema dejó de ser la tempestad y pasó a ser la confusión en sus corazones.

Pero Jesús, con voz firme y llena de ternura, les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”. Estas palabras siguen siendo un bálsamo para nosotros hoy. En cada tempestad de la vida, Cristo nos habla y nos recuerda que Él es el “Yo Soy”, el Dios eterno, el mismo que estuvo con Moisés, con Elías y con todos los santos del pasado. Su presencia nos fortalece y nos libra del miedo.

Finalmente, cuando Jesús subió a la barca, el viento se calmó. La tormenta obedeció a su voz y la paz regresó al corazón de los discípulos. Ellos se asombraron grandemente porque aún no comprendían del todo el poder y la autoridad de Cristo. Muchas veces, nosotros también nos sorprendemos cuando Dios obra a nuestro favor, porque olvidamos que para Él nada es imposible.

De la misma manera, Jesús entra en nuestra barca cuando el temor nos abruma y sentimos que la tempestad es demasiado fuerte. En esos momentos, su dulce voz resuena en nuestro interior: “Yo estoy contigo”. No importa cuán oscuros sean los cielos ni cuán grandes sean las olas, si Cristo está con nosotros, podemos tener paz en medio de la tormenta.

Así que, cree con todo tu corazón en ese Jesús que venció la muerte y tiene poder sobre toda adversidad. Entrégale tus miedos, tus cargas y tus tempestades. Él no te dejará hundir, porque su presencia asegura la victoria. Y recuerda siempre: no estás solo, Cristo está en tu barca.

Una oración sincera
Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia