Deseo de estar en la casa del Señor

El Salmo 84 es un Salmo profundamente significativo que refleja el corazón de un creyente apasionado por la presencia de Dios. En él, el salmista expresa lo importante que era para él estar en la casa del Señor y encontrar allí satisfacción espiritual, gozo y fortaleza. Surge entonces la pregunta para nosotros: ¿Tiene la misma importancia congregarnos en la casa de Dios en nuestros días? ¿Valoramos de la misma manera lo que significa habitar en su presencia?

El salmista abre este cántico con una exclamación que revela su profundo amor por la casa del Señor: “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!”. Estas palabras no son simples adornos poéticos; son el reflejo de un alma que ha experimentado la dulzura de la comunión con Dios y no puede vivir sin ella. Para el salmista, estar en la casa del Señor no era un deber frío, sino un privilegio incomparable. Deberíamos preguntarnos: ¿es esta también nuestra exclamación hoy en día?

Vivimos en tiempos donde la modernidad, las distracciones y el ritmo acelerado de la vida han llevado a muchos a subestimar la importancia de congregarse. Existen quienes prefieren permanecer aislados, justificándose con ocupaciones laborales, compromisos sociales o incluso con la idea de que “Dios está en todas partes y no necesito ir a la iglesia”. Es verdad que Dios está en todas partes, pero su Palabra también es clara al decir: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (Hebreos 10:25). La experiencia comunitaria en la casa de Dios tiene un valor que no puede ser reemplazado por la vida individual.

El salmista continúa diciendo: “Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán”. Aquí se nos presenta una gran verdad: el hombre y la mujer que hacen de la casa de Dios su lugar de deleite son dichosos, felices y completos. ¿Por qué? Porque están cumpliendo el propósito divino para el cual fuimos creados: adorar a nuestro Creador. Desde el Edén, el hombre ha intentado seguir su propio camino y ha buscado saciar su corazón con deseos egoístas, pero nada llena el vacío del alma como lo hace la presencia de Dios. Habitar en su casa y adorarle es volver al diseño original de nuestra existencia.

Es realmente una dicha poder alabar al Señor y pertenecer a un pueblo que levanta su voz en adoración. Millones de personas en el mundo viven alejadas de Dios, atrapadas en el pecado y sin experimentar el gozo de alabar al Rey de reyes. Nosotros, por pura gracia, hemos recibido la bendición de acercarnos confiadamente a su presencia. No es algo que debamos tomar a la ligera, sino un privilegio que debe provocar gratitud constante en nuestro corazón. Cada vez que nos congregamos, recordemos que estamos unidos a la gran asamblea de creyentes que, en la tierra y en el cielo, proclaman la gloria del Señor.

El Salmo culmina con un verso que muchos conocemos y cantamos: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. ¡Qué afirmación tan poderosa! El salmista declara que un solo día en la presencia de Dios tiene más valor que mil días en cualquier otro lugar. Esto nos recuerda que el gozo eterno no se encuentra en los placeres de este mundo, sino en la comunión con el Señor. La verdadera felicidad está en habitar en su casa, desearlo de todo corazón y hacer de su presencia nuestro mayor tesoro.

A través de esta reflexión, queremos invitarte a examinar tu vida espiritual. ¿Tienes ese mismo anhelo que tuvo el salmista? Si en tu corazón no arde ese deseo por congregarte, ora al Señor y pídele que lo despierte en ti. Él es fiel para poner en nosotros tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad. Que cada día podamos decir con gozo: “Señor, mejor es estar en tu presencia que en cualquier otro lugar”.

Jesús va caminando a tu lado, ¿Le conoces?
¿Es bíblico el salario pastoral?