Cuando hablamos de la cruz de Cristo, no estamos hablando únicamente de un madero pesado cargado por un hombre inocente. Estamos hablando del acontecimiento central de la historia de la humanidad, el hecho que divide la historia en dos y que abre un camino de esperanza para todos los que creen. El sacrificio de Jesús es la base del evangelio y el mayor ejemplo de amor y entrega que jamás haya existido. Por eso, reflexionar en lo que ocurrió en aquel monte llamado Gólgota no es solo recordar un evento histórico, sino meditar en lo que significa para nuestras vidas hoy en día.
Jesucristo fue quien inició tomando sobre sus hombros una pesada cruz, llevando nuestros pecados sobre Él, llevando aquella carga tan pesada que a nosotros nos era imposible llevar. A través de llevar aquella cruz Él derribó ese muro que el hombre construyó en el Edén, el cual nos separaba de Dios. Alabado sea nuestro Maestro, el cual soportó todo el vituperio por nuestras transgresiones.
El amor de Jesús hacia sus criaturas no se basó en cuán buenos éramos nosotros o cuántas obras buenas poseíamos, su amor fue más allá de lo que podemos pensar. La pesada muerte de Cristo en la cruz es impresionante, puesto que a nosotros se nos hace tan difícil amar a nuestros enemigos, a los que nos hacen mal, a aquellos que no nos ayudan en el momento en el que los necesitamos, sin embargo, Jesús llevó aquella pesada cruz por personas que amaban el pecado, por aborrecedores de la verdad, por un hombre totalmente depravado. ¿Acaso esto no es glorioso? Sí, es la noticia más increíble jamás antes escuchada. Cristo dio su vida por hombres pecadores, los cuales no merecíamos en lo más mínimo el perdón.
Cada escena del calvario tiene un mensaje profundo. Esa cruz no se detiene en el lugar de la ejecución, donde su sangre era derramada segundo a segundo, donde los clavos perforaron sus manos, donde la multitud gritaba: «¡crucifícale!». Allí se abrió un nuevo capítulo en la historia, el momento más conmovedor en el que el justo entregaba su vida por los injustos. El inocente fue tratado como culpable y el Santo como un criminal. Aquella cruz no quedó en el pasado, sino que tiene repercusión eterna en nuestras vidas. Por eso Jesús nos dijo que también nosotros debemos llevar nuestra propia cruz.
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.
Lucas 9:23
Seguir a Cristo implica sacrificio, renuncia y fidelidad. A veces olvidamos que ser discípulos significa cargar una cruz espiritual cada día, negando los deseos egoístas para vivir conforme a la voluntad de Dios. Cuando dejamos a un lado esta verdad y pisoteamos la sangre de Cristo con nuestras acciones, nos alejamos del camino correcto. El cristiano no debe tomar a la ligera el sacrificio de Jesús, sino valorarlo con obediencia y gratitud.
El autor de Hebreos nos recuerda la grandeza de la sangre de Cristo, comparándola con los sacrificios del Antiguo Pacto. Si la sangre de animales tenía poder para purificar en lo ritual, ¡cuánto más la sangre del Hijo de Dios tiene poder para purificarnos completamente!
13 Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que se han contaminado, santifican para la purificación de la carne,
14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?
15 Y por eso Él es el mediador de un nuevo pacto, a fin de que habiendo tenido lugar una muerte para la redención de las transgresiones que se cometieron bajo el primer pacto, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna…
Hebreos 9:13-15
Este pasaje nos muestra que no hay salvación fuera de Cristo. Su sangre no solo limpia el exterior, sino que transforma la conciencia, purifica el corazón y nos da acceso a la vida eterna. Por eso debemos vivir cada día conscientes de la gracia que hemos recibido, entendiendo que no somos salvos por méritos propios, sino únicamente por la obra de Jesús en la cruz.
La cruz nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida cristiana. ¿Estamos cargando nuestra cruz cada día? ¿O hemos puesto esa cruz a un lado por comodidad? Seguir a Cristo es un desafío diario, pero también es la mayor bendición, porque en medio del sufrimiento encontramos consuelo, en medio de la lucha hallamos fortaleza y en medio de la dificultad experimentamos esperanza.
Conclusión
Hermanos, no pisemos la sangre de Cristo en nuestro día a día. Más bien, les invitamos a tomar la cruz cada día y poner en alto a Cristo en cada momento de nuestras vidas. No hay mayor tesoro que este, pues el sacrificio de Jesús nos abrió las puertas a una herencia eterna. Vivir para Él es la mejor decisión que un ser humano puede tomar, porque su cruz no solo fue símbolo de dolor, sino el mayor acto de amor. Recordemos siempre que quien toma su cruz y sigue a Cristo, encuentra verdadera vida.