La iglesia siempre victoriosa

Desde la fundación de la iglesia, el cuerpo de Cristo ha atravesado escenarios sumamente dolorosos, persecuciones, divisiones y momentos de oscuridad. Sin embargo, esos momentos tensos han sido también la razón por la cual la iglesia de Cristo se ha levantado con mayor fortaleza. La historia nos enseña que en los tiempos más difíciles la fe del pueblo de Dios ha brillado con mayor intensidad. Nosotros, como iglesia, ya tenemos una victoria asegurada en Cristo, y esa victoria no puede ser revocada, aunque veamos a millones levantarse en contra de la iglesia del Señor. Y es que hay una gran promesa que nos sostiene inamoviblemente y justamente de eso hablaremos el día de hoy.

Esta promesa se encuentra en el libro de Mateo capítulo 16, verso 18:

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.”

Estas palabras de Jesús no solo fueron un consuelo para sus discípulos en aquel tiempo, sino que se han convertido en un fundamento de esperanza para la iglesia en todas las generaciones. Desde el libro de los Hechos podemos observar cómo la iglesia primitiva fue perseguida con dureza, cómo los apóstoles sufrieron encarcelamientos, azotes, y hasta la muerte. Sin embargo, en medio de todo eso, se gozaban de haber sido tenidos por dignos de padecer por el nombre de Cristo. Esa actitud nos desafía a preguntarnos: ¿tendríamos nosotros la misma satisfacción por sufrir por la causa del Señor?

En nuestros países, especialmente en América Latina, la persecución física no es tan común como en otras partes del mundo. Muchos de nosotros sufrimos más bien pruebas emocionales, espirituales o familiares, pero no al nivel de perder la vida por nuestra fe. Sin embargo, no podemos olvidar que en distintas regiones aún hoy hay hermanos que son encarcelados, golpeados o incluso asesinados por confesar el nombre de Cristo. Aun así, la iglesia sigue en pie, porque la promesa de Jesús sigue en pie: las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

Amado hermano, si llegara el día en que nuestra fe sea probada en esa misma dimensión, debemos estar llenos de esperanza, porque Dios nos ha asegurado que nada ni nadie podrá vencer a su iglesia. Y cuando miramos la historia nos damos cuenta de que esto se ha cumplido una y otra vez. Ningún imperio, ninguna ideología, ninguna fuerza militar o cultural ha podido detener el avance del evangelio. Ni las hogueras de la Inquisición, ni las cárceles del Imperio Romano, ni los regímenes totalitarios de la historia han logrado extinguir la llama de Cristo. Por el contrario, cuanto más han intentado callar a la iglesia, más fuerte se ha levantado y más se ha extendido la Palabra de Dios.

Y esto no ha sido por mérito propio, ni porque los creyentes hayan sido más valientes que otros seres humanos. Todo ha sido por la obra de Cristo consumada en la cruz y por su promesa eterna de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Él es quien sustenta a su pueblo, quien fortalece a sus hijos en medio de la tribulación, y quien garantiza que su obra jamás será destruida.

De manera que hoy podemos sentirnos profundamente privilegiados de pertenecer a la organización más importante del universo: la iglesia de Cristo. Somos parte del cuerpo que ha resistido siglos de ataques y que sigue creciendo con poder. Y podemos estar grandemente esperanzados en que, a pesar de las pruebas y dificultades personales, familiares o ministeriales, Dios no permitirá que el enemigo tenga la victoria final sobre nosotros. Nuestra confianza está puesta en Aquel que ya venció en la cruz, y en cuyo nombre tenemos asegurada la victoria.

Así que levantemos la cabeza, animémonos unos a otros y recordemos siempre que pertenecemos a la iglesia invencible, aquella contra la cual las puertas del Hades jamás podrán prevalecer. ¡Gloria sea dada a Cristo por siempre!

Alabanzas por los hechos poderosos de Dios
Esfuérzate y sé muy valiente