Continuamos con nuestra serie textos fuera de contexto, y el día de hoy le toca a Hechos 16:31. La pregunta que queremos responder es la siguiente: ¿Dios promete salvación a nuestros familiares por medio de nuestra reconciliación hacia Él? Todos nosotros sabemos que la salvación es un hecho individual; la salvación de una persona no cubre la de otra persona, sino que la Escritura declara claramente: “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20). Es decir, cada ser humano dará cuenta de sí mismo delante de Dios y la fe de uno no garantiza automáticamente la salvación de otro.
Vayamos entonces al pasaje en cuestión, en el capítulo 16 de Hechos:
25 Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían.
26 Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.
27 Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido.
28 Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.
29 El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas;
30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.
32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.
33 Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos.
34 Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.
El contexto es sumamente importante. Pablo y Silas estaban encarcelados injustamente por predicar el evangelio en Filipos. En medio de su sufrimiento, decidieron orar y cantar himnos al Señor, lo cual produjo un testimonio poderoso a los demás prisioneros. De repente, Dios intervino con un terremoto que abrió las puertas de la cárcel y rompió las cadenas. Ante esto, el carcelero pensó que todos habían escapado y estaba a punto de quitarse la vida, pero Pablo lo detuvo.
El impacto de aquel suceso, junto con el testimonio de Pablo y Silas, llevó al carcelero a hacer la pregunta más importante que alguien puede hacer: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. La respuesta fue clara: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”.
Aquí es donde muchas veces se interpreta erróneamente este pasaje. Algunos piensan que Pablo estaba dando una promesa universal: que si uno de los miembros de la familia cree, automáticamente todos los demás también serán salvos. Otros lo toman como una garantía de que tarde o temprano, por la fe de uno, los demás terminarán creyendo. Sin embargo, si leemos cuidadosamente, notamos que la frase de Pablo es una invitación dirigida al carcelero, pero que incluye también la posibilidad de que su familia reciba el evangelio. No es una promesa automática, sino condicional: la salvación llegaría a su casa en la medida en que cada uno creyera personalmente.
Esto queda confirmado en los siguientes versos. El versículo 32 dice: “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa”. Es decir, no bastaba con la fe del carcelero; todos en su casa también necesitaban escuchar y responder al mensaje del evangelio. El versículo 33 señala que “en seguida se bautizó él con todos los suyos”, lo que demuestra que todos ellos creyeron y fueron bautizados, recibiendo la salvación de manera personal. Y finalmente, el versículo 34 declara que el carcelero “se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios”. Cada miembro de la familia experimentó la salvación, pero porque cada uno creyó, no porque la fe del carcelero fuera suficiente para cubrirlos automáticamente.
Entonces, ¿qué significa “serás salvo tú y tu casa”? Significa que la misma oportunidad de salvación que recibió el carcelero estaba disponible para todos los de su hogar. No es una promesa general para todo cristiano de que automáticamente su familia será salva, sino una declaración de que, al creer, él no era el único que podía experimentar esa salvación: su familia también podía hacerlo si respondía con fe. La Biblia es clara en que cada persona dará cuenta de sí misma ante Dios (Romanos 14:12). Nadie puede ser salvo por la fe de otro, ni siquiera de sus padres, cónyuge o hijos.
Sin embargo, este pasaje sí nos da esperanza y motivación para compartir el evangelio en nuestros hogares. La fe de uno puede ser la puerta para que toda una familia escuche el mensaje de Cristo. No es garantía automática, pero sí es un llamado a no guardar silencio. El carcelero, transformado por la gracia de Dios, inmediatamente llevó a Pablo y Silas a su casa para que su familia también escuchara la Palabra. Y esa misma noche, toda su casa creyó y fue bautizada.
Esto nos recuerda la importancia del testimonio en el hogar. A veces queremos que nuestros familiares crean, pero no mostramos con nuestra vida la diferencia que Cristo ha hecho en nosotros. El carcelero fue un ejemplo inmediato de alguien que, tras encontrarse con Cristo, llevó ese encuentro a su casa y permitió que su familia también tuviera la oportunidad de creer. Esa debe ser también nuestra actitud: vivir de tal manera que el evangelio se vea reflejado en nuestro carácter y abrir espacios para que nuestros seres queridos puedan escuchar la Palabra de Dios.
Conclusión
Hechos 16:31 no es una promesa automática de salvación para toda nuestra familia, sino una invitación extensiva: lo mismo que Dios hace en un individuo, puede hacerlo en todo un hogar si cada miembro responde con fe al evangelio. El pasaje nos anima a compartir la Palabra en nuestra casa y a confiar en que Dios puede obrar en nuestros seres queridos. Pero no debemos engañarnos pensando que la fe de uno salvará automáticamente a todos. Cada persona necesita su propio encuentro con Jesucristo.
Por eso, la mejor aplicación de este texto es un llamado a la evangelización familiar. Como Pablo y Silas hablaron al carcelero y a todos los de su casa, así también debemos llevar el mensaje a los nuestros. No con imposición, sino con amor y testimonio. Y confiar en que, al igual que aquella noche en Filipos, Dios puede transformar familias enteras para su gloria.
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