¿Cobrar por Predicar? Mira lo que dice Héctor el ¨Father¨ (Delgado)

¿Es bíblico cobrar por predicar el Evangelio?

cobrar por predicar

En una entrevista al artista Héctor el “Father”, se le preguntó su opinión sobre aquellos pastores que cobran por predicar el Evangelio. Su respuesta fue directa y sin rodeos:

“Que me busquen en la Biblia dónde dice que Jesús cobró por predicar y, entonces, yo acepto que los pastores cobren. Si los cultos son cobrando, entonces la palabra de Jesús no llegará a muchos necesitados. Jesús cobró con su sangre lo que nosotros tenemos que hacer para su gloria.”

La postura bíblica según el apóstol Pablo

El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, dijo en 1 Corintios 9:18:

“¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio.”

Pablo tenía derecho a recibir sustento por su labor ministerial, pero muchas veces renunció a ese derecho para no poner ningún obstáculo al avance del Evangelio. Él entendía que el mensaje de Cristo era un tesoro invaluable que debía ser compartido libremente, porque Cristo ya había pagado el precio completo en la cruz.

El Evangelio: un tesoro que no tiene precio

El Evangelio no puede comprarse ni venderse. No hay cantidad de dinero en este mundo que pueda adquirir la salvación, porque ésta fue comprada con la sangre preciosa de Cristo (1 Pedro 1:18-19). Cobrar por predicar como si se tratara de un servicio comercial contradice la esencia del mensaje: es un regalo de gracia (Efesios 2:8-9). La predicación debe ser un acto de amor y obediencia, no una transacción financiera.

La diferencia entre sustento y lucro

Es cierto que la Biblia enseña que “el obrero es digno de su salario” (1 Timoteo 5:18) y que quienes predican el Evangelio pueden vivir de él (1 Corintios 9:14). Esto se refiere al sustento legítimo de los siervos de Dios, no a cobrar tarifas o exigir pagos para compartir la Palabra. Hay una gran diferencia entre recibir apoyo voluntario de la iglesia y establecer un precio fijo para ministrar.

Cuando se establece un cobro, se corre el riesgo de excluir a los más necesitados, distorsionar la motivación del predicador y presentar el mensaje como un producto, no como una buena noticia gratuita. El peligro es que el ministerio se convierta en una plataforma de negocio y no en una misión de servicio.

El ejemplo de Jesús

En los evangelios no encontramos ni un solo ejemplo de Jesús cobrando por enseñar, sanar o predicar. Al contrario, Él dijo a sus discípulos: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Jesús dio su vida por las ovejas (Juan 10:11) y envió a sus seguidores a predicar el arrepentimiento y el perdón sin exigir pago alguno.

Su ministerio fue marcado por la generosidad y la entrega total, y nos dejó el modelo de servir a Dios y a las personas sin poner barreras económicas. Si Jesús mismo no cobró por el mensaje, ¿con qué autoridad podríamos nosotros hacerlo?

Una advertencia seria

La Escritura advierte sobre quienes usan la piedad como fuente de ganancia (1 Timoteo 6:5). El ministerio no debe ser un medio para enriquecerse, sino una plataforma para glorificar a Dios y edificar a su pueblo. Aquellos que comercializan el Evangelio tendrán que dar cuentas delante de Dios. Pablo declara que su recompensa era poder anunciar el Evangelio gratis, sin poner estorbo a nadie.

Aplicaciones prácticas

  1. Evalúa tus motivaciones: Si sirves en el ministerio, hazlo por amor a Cristo y a las almas, no por beneficio personal.
  2. Confía en la provisión de Dios: Él puede suplir a través de la generosidad de los hermanos, sin necesidad de ponerle precio a tu predicación.
  3. Protege la pureza del mensaje: El Evangelio es un regalo; mantenerlo libre de condiciones económicas preserva su carácter de gracia.

Conclusión

Predicar el Evangelio es un privilegio que no se puede tasar. Jesús pagó con su sangre para que podamos proclamarlo libremente. Cobrar por anunciarlo pone en riesgo su esencia y su alcance. Sigamos el ejemplo de Cristo y del apóstol Pablo: dar de gracia lo que de gracia hemos recibido. El día que estemos delante de Dios, lo importante no será cuánto recibimos de los hombres, sino si fuimos fieles al mensaje y lo dimos sin condiciones.

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