Hijos de la promesa

Somos cristianos, hijos del Altísimo, pasamos por muchas situaciones dolorosas en el día a día, tenemos que negarnos a muchas cosas para demostrarle al mundo que no pertenecemos a este mundo, vivimos de una manera tan diferente al sistema de este mundo, que muchas personas nos pueden llegar a tildar de lunáticos, odiosos, intolerantes, etc, pero nos mantenemos firmes a pesar de todo ello, puesto que sabemos que tenemos una promesa y solo debemos esperar y perseverar en medio de todo este caos social.

El apóstol Pablo escribió a la iglesia de Galacia:

28 Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.

29 Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.

30 Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre.

31 De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

Gálatas 4: 28-31

Recordamos la gran historia de Abraham, aquel hombre que Dios le había hecho la promesa de un hijo en su plena vejez y que de ese hijo tendría descendencia como la arena del mar o las estrellas del cielo. Pero Sarah se desesperó e hizo que Abraham tuviera un hijo con la esclava de la cual nació Ismael, luego nació la promesa que Dios le había hecho, el cual era Isaac.

Amados hermanos, la promesa hecha por Dios no era Ismael, el cual era hijo de la esclava, la promesa de Dios era un hijo de Sarah y Abraham. Recordemos que Sarah era estéril pero la esclava no. Debemos entender que servimos al Dios que puede transformar las cosas imposibles en cosas realmente posibles, en cosas que sorprenden, Él es quien puede convertir el corazón de piedra en un corazón de carne, Él es quien puede revestir de carne los huesos secos, simplemente nuestro Dios es capaz de hacer maravillas inigualables y eso era justamente la promesa dada a Abraham, lo cual no era algo fácil humanamente hablando y ahí es donde Dios hace proezas, cuando nosotros pensamos que todo está perdido.

El apóstol Pablo deja bien en claro al decir que nosotros somos hijos de la promesa como Isaac. Hermanos míos, realmente somos hijos de la promesa, levantados justamente con Cristo al momento de Él resucitar, bautizados en su muerte y esperando firmemente nuestra gloriosa espera de que Cristo vendrá por su amada iglesia.

No debemos desesperarnos al esperar la promesa de Dios, no debemos desviarnos del plan de Dios, el cual es maravilloso y quiere lo mejor para nosotros, debemos ser perseverantes.

Una gran muestra de que Dios cumple sus promesas, es que Dios les dio al Isaac prometido, a pesar de que verdaderamente ellos por un momento se desesperaron y esto es algo que a nosotros también nos sucede, pero nunca desviemos nuestra vista del dador de la vida el cual es Cristo Jesús, así que, prosigamos al blanco y mantengamos nuestra fe firme en la promesa.

En la vida cristiana, muchas veces experimentamos la misma tensión que Abraham y Sara vivieron: la lucha entre la promesa de Dios y nuestra impaciencia humana. Cuando no vemos resultados inmediatos, tendemos a buscar soluciones rápidas, aunque no sean parte del plan divino. Sin embargo, la historia bíblica nos recuerda que los caminos de Dios son más altos que los nuestros y que su tiempo es perfecto.

Así como Isaac fue el hijo de la promesa, cada uno de nosotros también es fruto de la promesa de salvación cumplida en Cristo. El sacrificio de Jesús en la cruz es la prueba suprema de que Dios no falla en lo que promete. Aun cuando los hombres pueden traicionar o cambiar de opinión, Dios permanece fiel y no se retracta de sus palabras. Por eso podemos caminar con confianza sabiendo que la promesa de vida eterna es segura.

Este pasaje nos enseña también que habrá oposición. Pablo recuerda que Ismael, nacido de la esclava, perseguía a Isaac, el hijo de la promesa. De igual manera, quienes vivimos en el Espíritu muchas veces seremos incomprendidos y atacados por aquellos que viven según la carne. No obstante, esa persecución no es motivo para rendirse, sino una confirmación de que vamos por el camino correcto, el de la libertad en Cristo.

Esperar en las promesas de Dios requiere paciencia, fe y perseverancia. Tal vez atravesemos enfermedades, escasez, problemas familiares o críticas constantes por nuestra fe. Pero en medio de todo eso, debemos recordar que la promesa de Dios es más grande que nuestras circunstancias. No hay situación que Él no pueda transformar ni corazón que Él no pueda restaurar.

Por eso, al igual que Abraham, debemos aprender a confiar aun cuando todo parezca imposible. Su fe fue contada por justicia porque confió en el Dios que da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fuesen. Esa misma fe es la que se nos pide a nosotros hoy: una confianza absoluta en el Señor que ha prometido vida eterna y bendición para sus hijos.

En conclusión, somos hijos de la promesa, no de la esclavitud. Vivimos bajo la gracia, no bajo la ley. Nuestra esperanza no está en lo que este mundo ofrece, sino en Cristo, quien volverá por su iglesia. Que nuestras vidas reflejen esa confianza, y que cada día podamos decir con certeza que esperamos con paciencia al Dios que cumple lo que promete. Aunque vengan pruebas, aunque se levanten enemigos, aunque nuestra fe sea probada, sabemos que nuestra herencia está asegurada en Cristo Jesús.

Las bendiciones del Señor
Pescadores de hombres