En los últimos tiempos hemos visto cómo muchas personas han adoptado nuevas filosofías y maneras de pensar que chocan directamente con los principios del evangelio. Vivimos en una era donde lo que más importa es el resultado, la fama o la visibilidad, y no el proceso ni la pureza del corazón. Esta mentalidad ha llegado incluso al ámbito espiritual, donde algunos justifican sus actos con frases como “todo vale” o “lo importante es llegar”. Pero, ¿realmente esto agrada a Dios? La Biblia nos enseña que no es así, que lo correcto ante los ojos del Señor es caminar en integridad y obediencia, aunque eso no siempre nos traiga aplausos humanos.
¿Has escuchado alguna vez la frase «el fin justifica los medios»? Muchos la utilizan justamente para justificar sus hechos, alegando que no importa el medio, la forma o la práctica siempre y cuando se llega a lograr lo propuesto. Este es el mismo pensamiento del pragmatismo, mas no el pensamiento teológico que debería regir a los siervos de Dios.
De seguro has entrado a las redes sociales y ves acciones cometidas por personas que son supuestamente cristianas y te preguntas por qué hacen esas cosas. La respuesta es lamentable pero muy sencilla: El algoritmo. Ese tipo de personas que dicen ser cristianas son el producto del algoritmo, de lo que les ha resultado, mas no de lo que es piadoso y puro ante Dios, como dice Pablo en filipenses:
Cuando el creyente se deja guiar por el deseo de ser visto, pierde de vista el propósito por el cual fue llamado. Cristo no vino a este mundo a buscar seguidores digitales ni aplausos terrenales, sino a cumplir la voluntad del Padre. De igual manera, nosotros debemos servir sin buscar la aprobación de los hombres, sino la de Dios. Si nuestras acciones son movidas por el deseo de agradar a los demás, corremos el peligro de caer en un cristianismo superficial, donde lo que importa es la imagen y no la transformación interior.
La vida cristiana no se mide por las visualizaciones, sino por la obediencia y la fidelidad. Cada publicación, cada palabra y cada gesto que compartimos debería reflejar el carácter de Cristo. Las redes sociales pueden ser una herramienta poderosa para el evangelio, pero solo si se usan con sabiduría, humildad y discernimiento. No se trata de ganar seguidores, sino de llevar almas a los pies de Jesús.
No seamos producto del algoritmo, seamos producto de lo que Dios quiere para nosotros lo cual está contemplado en Su Palabra. No somos productos de la internet, somos siervos de Cristo comprados a un precio muy alto, esto, a precio de sangre. Comprendamos nuestro llamado y actuemos como es digno ante un mundo que va en declive.
En conclusión, recordemos que los medios importan tanto como los fines. Si el fin es glorificar a Dios, los medios también deben ser santos. Que cada acción que hagamos, incluso en internet, esté guiada por el amor y la verdad del evangelio. No permitamos que el algoritmo dicte nuestra conducta ni nuestra fe; dejemos que sea el Espíritu Santo quien dirija cada paso, cada publicación y cada palabra. Así seremos verdaderamente luz en medio de las tinieblas digitales.