Porque he aquí el juicio del Señor está a la puerta para pagarle a los impíos por las injusticias cometidas a los justos, cerca está día y la hora, sus momentos están contados en la faz de la tierra.
Tú, hombre que maltratas al justo, que le aborrece y pisotea sus buenas acciones, serás castigado. la maldad que has provocado te castigará y serás condenado.
En el salmo que veremos en este arículo podemos ver que el salmista habla de su propia experiencia, de las problemáticas que había enfrentado cuando se encontraba en la cueva de Adulam, hablando con sus hombres de esta experiencia que tuvo.
Es notable decir que la liberación del Señor es real, ya que era real en la vida del salmista, y hoy en dia podemos decir lo mismo porque estas dificultades también llegan al pueblo del Señor en este tiempo, y es por eso que debemos reconocer que Dios es nuestro protector.
Confía en el Señor, el malo será quebrantado y condenado y sus propios camino de maldad lo derribarán. Tú justo sigue adelante que Dios está contigo, recuerda que la recompensa de aquellos malos está a la puerta.
Este salmo, atribuido al rey David, no solo expresa una súplica por protección, sino también una enseñanza profunda acerca de la justicia divina. David había experimentado persecución, injusticia y traición, sin embargo, nunca dejó de confiar en que el Señor mismo defendería su causa. En su corazón había dolor, pero también fe. Comprendía que el hombre malo puede parecer prosperar por un tiempo, pero su final está determinado por su propia maldad. Esta verdad sigue siendo vigente para nosotros hoy: el que hace el mal cosechará lo que siembra.
Cada palabra del salmista refleja la convicción de que Dios no abandona al justo. Aunque los impíos se levanten con fuerza, sus días están contados, porque el Señor es quien tiene la última palabra. Este mensaje nos invita a permanecer firmes, a no responder con venganza, sino con fe y paciencia. Cuando alguien te hace daño o se burla de tu integridad, recuerda que la justicia de Dios no falla. Él conoce cada obra, cada pensamiento y cada intención del corazón.
Asimismo, el versículo 21 del capítulo 34 es una poderosa declaración de causa y efecto: “Matará al malo la maldad”. No dice que otro lo matará, sino su propia maldad. Es decir, el pecado del impío es su propia ruina. En cambio, el justo, aunque pase por pruebas, se sostiene porque tiene un refugio seguro en el Señor. La confianza en Dios se convierte en un escudo invisible que protege al creyente de caer en desesperación.
Esta enseñanza nos recuerda que la misericordia y el juicio de Dios caminan juntos. Él es paciente, pero también justo. Da oportunidades al pecador para arrepentirse, pero si persiste en su maldad, recibirá lo que ha provocado. Por eso, debemos revisar nuestro corazón constantemente y mantenernos en el camino correcto, amando la verdad y rechazando toda forma de mal.
Querido lector, si hoy estás enfrentando injusticias o personas que te persiguen sin motivo, no te desesperes. Dios ve todo. Tu sufrimiento no es invisible ante Él. Así como David fue librado de sus enemigos en la cueva de Adulam, tú también serás librado de tus opresores. La justicia divina no tarda, llega en el momento preciso y recompensa a los que se mantienen fieles.
Mantén tu fe firme, ora sin cesar y no permitas que la maldad te aparte del propósito que Dios ha puesto en ti. Recuerda que el fin del impío es su propio castigo, pero el justo hallará paz y recompensa eterna. Así lo afirma el salmista, y así lo sigue cumpliendo nuestro Dios hoy.