La bondad de Dios

La epístola de Pablo a Tito describe cómo los hombres han sido rescatados de su pecado y maldad, siendo salvos no por sus obras, sino por la gracia y la bondad de Dios.

El amor y la bondad del Señor han sido tan grandes que Él hizo un sacrificio enorme al dar Su vida para mostrarnos el único camino que nos lleva a la salvación, a caminar sin pecado y sin mancha, rescatándonos por Su justicia y la obra del Espíritu Santo. Veamos cómo la bondad y la misericordia de Dios alcanzaron a la humanidad:

4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,

El apóstol Pablo le recuerda a Tito que la salvación es un regalo divino, un acto de gracia inmerecida que ningún ser humano puede alcanzar por mérito propio. Esta enseñanza también nos invita a reflexionar sobre la humildad, reconociendo que, aunque realicemos buenas obras, estas no son la causa de nuestra salvación, sino el resultado natural de haber sido transformados por el Espíritu Santo. Las obras son una manifestación externa de una fe viva, pero nunca el medio por el cual alcanzamos el favor de Dios.

Este pasaje nos muestra que el amor de Dios no tiene límites ni condiciones. Él nos amó aun cuando estábamos lejos, extraviados y sin esperanza. El lavamiento de la regeneración simboliza el nuevo nacimiento espiritual, un cambio profundo en la mente y el corazón del creyente. Por medio de este acto divino, somos hechos nuevas criaturas, dejando atrás la vieja naturaleza que vivía en desobediencia y egoísmo.

La renovación en el Espíritu Santo es una evidencia del poder de Dios actuando constantemente en nuestras vidas. No se trata solo de un cambio momentáneo, sino de una transformación continua que nos lleva a vivir conforme a Su voluntad. Cuando el Espíritu Santo habita en nosotros, nos guía, nos corrige y nos fortalece para vencer la tentación y mantenernos firmes en la fe.

Por eso, cada creyente debe reconocer que su esperanza no depende de sus logros personales, sino de la misericordia divina. Esta misericordia es el corazón del evangelio: Dios no nos dio lo que merecíamos (castigo), sino que nos ofreció lo que no merecíamos (perdón y vida eterna). Al comprender esto, el corazón del cristiano se llena de gratitud y servicio sincero, no por obligación, sino por amor.

Hemos sido renovados por Su Espíritu Santo, apartándonos de todo pecado y de toda mala influencia que nos rodea, para que la humanidad pueda ser salva. Queridos amigos y hermanos, recordemos que hemos sido rescatados gracias a la obra y la gracia de nuestro Señor, no por la obra de nuestras manos, sino por Él. Amén.

Vivamos, pues, con un espíritu agradecido, reflejando la bondad y la misericordia de nuestro Salvador en cada acción diaria. Que nuestras palabras, pensamientos y obras glorifiquen a Aquel que nos rescató del pecado y nos dio vida nueva. De esta manera, damos testimonio de Su amor al mundo, mostrando que realmente hemos sido transformados por el poder del Evangelio.

Dios abomina al perverso
El que hiciere hoyo caerá en él