Es bueno que todos podamos exaltar el nombre del Dios todopoderoso, porque Él es quien trae grandes maravillas a nuestras vidas y cambia nuestros lamentos en baile; Su cuidado nos rodea cada día. Él es quien transforma lo imposible en posible, quien da consuelo en los momentos de angustia y fortaleza cuando sentimos que ya no podemos más. No hay día que Su misericordia no se haga presente, pues aun cuando no lo vemos, Él sigue obrando a favor de los que le aman.
Reconocer lo grande que es Dios es bueno, ya que lo merece, pues no hay nadie como Él: un Dios que es grande en misericordia y que siempre está presente cuando lo necesitamos para cambiar nuestras tristezas en grandes maravillas. A veces, el ser humano olvida agradecer por las bendiciones cotidianas, pero cuando miramos a nuestro alrededor y vemos todo lo que Él ha hecho —el aire que respiramos, la vida, la familia, la paz en medio de la tormenta— entendemos que cada detalle de Su creación es una muestra de Su grandeza y de Su amor eterno.
El salmista David, en el Salmo 86, verso 10, muestra lo siguiente acerca de la ayuda y el apoyo de Dios para su pueblo:
Es por eso que el salmista muestra esta acción de reconocer constantemente el poderío del Señor. Adoremos a nuestro grande y poderoso Dios. Sus grandes maravillas han estado presentes desde tiempos antiguos y aún hoy son visibles ante nuestros ojos. Cuando miramos las Escrituras, vemos cómo Dios abrió el mar, sanó enfermos, levantó muertos, alimentó multitudes y transformó corazones endurecidos. Y ese mismo Dios sigue actuando hoy con la misma autoridad y el mismo amor.
Podemos recordar las palabras del profeta Jeremías cuando dijo: “Oh Señor Jehová, he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo extendido; ni hay nada que sea difícil para ti” (Jeremías 32:17). Estas palabras confirman que nuestro Dios no cambia, y que Su poder sigue siendo el mismo. Por eso debemos tener siempre una actitud de gratitud y alabanza, pues cada día es una oportunidad para reconocer Su bondad.
Rindamos alabanzas a Dios, toda persona que reconoce Sus maravillas. Alabemos Su nombre para siempre, porque Él es el hacedor de grandes maravillas. Él es Dios y vive por los siglos de los siglos. No importa cuán grande sea la dificultad, Su poder es mayor. Sigamos confiando, adorando y proclamando que solo Él es digno de toda gloria y toda honra. Que nuestras vidas sean un testimonio de Su grandeza y que cada palabra que salga de nuestros labios exalte al Dios que hace maravillas.