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El apóstol Pablo, incansable siervo del Señor y defensor del evangelio de Cristo, llegó a la ciudad de Atenas, una de las más prominentes en cultura, filosofía y arte del mundo antiguo. Sin embargo, tras su esplendor intelectual se escondía una profunda oscuridad espiritual. Atenas estaba llena de templos, altares y estatuas dedicadas a todo tipo de deidades. La idolatría impregnaba cada rincón de la ciudad, y al contemplar esto, el espíritu de Pablo se enardeció dentro de él. No podía quedarse indiferente ante un pueblo que, aunque buscaba sabiduría, estaba lejos del verdadero Dios.
Movido por el celo santo, Pablo comenzó a razonar en la sinagoga con los judíos y con los hombres piadosos, y cada día en la plaza con quienes se encontraba. Su mensaje era claro y directo: el evangelio de Cristo resucitado. Pero los filósofos epicúreos y estoicos, acostumbrados a debatir sobre todo tipo de ideas, se mostraron confundidos ante su predicación. Les parecía una doctrina extraña, una enseñanza diferente a las que habían escuchado, y por eso lo llevaron al Areópago, el tribunal y centro de discusión más importante de Atenas, para que expusiera su fe.
Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;
Hechos 17:30
Con estas palabras, el apóstol confronta la raíz del problema espiritual de la humanidad: la ignorancia voluntaria del Creador. Durante siglos, los hombres habían levantado ídolos y dioses falsos según su imaginación, pero ahora, con la venida de Cristo, la luz de la verdad había resplandecido. Pablo declara que Dios, en Su misericordia, había pasado por alto esos tiempos de idolatría, pero ahora exige un cambio radical: el arrepentimiento. Ya no hay excusa. La revelación de Cristo llama a todos los hombres, sin distinción de raza ni nación, a volver sus corazones al Señor.
El mensaje de Pablo en Atenas es una advertencia que sigue vigente hoy. Vivimos en un mundo lleno de “altares modernos”: el dinero, la fama, la tecnología, el poder, el placer. Muchos, sin darse cuenta, siguen adorando “dioses desconocidos”. Pero el Dios verdadero no está escondido; se ha dado a conocer a través de Su Hijo, Jesucristo. Por eso, el llamado sigue siendo el mismo: “Arrepiéntanse”. Arrepentirse no es solo sentir remordimiento, sino volverse completamente a Dios, abandonar la idolatría y confiar en la obra redentora de Cristo en la cruz.
El apóstol termina su discurso recordando que el día del juicio venidero está cerca, y que Dios juzgará al mundo con justicia por medio de aquel varón que ha designado, Jesucristo, dando fe a todos con haberlo resucitado de entre los muertos (Hechos 17:31). En Cristo encontramos la esperanza de salvación, pero también la advertencia de que nadie podrá escapar del juicio si rechaza Su gracia.
Amigo, así como Pablo predicó en Atenas, hoy la voz de Dios también te llama. No endurezcas tu corazón. Deja los ídolos, los falsos dioses y el pecado que te separan de Él. Dios te ofrece perdón y vida eterna si te arrepientes sinceramente y te entregas a Cristo. No esperes más. Hoy es el día de salvación. Arrepiéntete y recibe al Dios verdadero, antes que llegue el día del juicio final. Amén.
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