En Cristo tenemos perdón de pecados

Nuestro perdón proviene del sacrificio más sublime que jamás haya existido: el de Jesucristo en la cruz del Calvario. Allí, el Hijo de Dios se ofreció voluntariamente por amor, cargando sobre sí nuestros pecados, nuestras culpas y nuestras rebeliones. Por medio de Él, la humanidad caída obtuvo una nueva oportunidad de reconciliación con el Padre. Ya no caminamos bajo condenación, sino bajo la gracia y la misericordia divina. En Cristo, el juicio que merecíamos fue sustituido por un amor inmensurable. Por Él somos libres, y esa libertad nos invita a seguir Sus pasos, a vivir en obediencia y a reflejar Su luz en nuestras vidas.

La cruz fue el punto de encuentro entre la justicia y la misericordia. Allí, Dios no ignoró el pecado, sino que lo enfrentó con Su santidad perfecta, entregando a Su propio Hijo como rescate por muchos. Por Su sangre fuimos limpiados, y esa sangre preciosa tiene poder aún hoy para perdonar al pecador arrepentido. Cuando venimos ante el Señor con un corazón contrito, encontramos perdón, restauración y una nueva vida. No hay pecado tan grande que la sangre de Cristo no pueda borrar. En Él hallamos redención, y en Su sacrificio encontramos esperanza. Jesús es la fuente de nuestro perdón.

en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

Colosenses 1:14

Este perdón no es simbólico, sino real. Rompe las cadenas del pasado y abre el camino hacia una vida nueva. Antes estábamos muertos en delitos y pecados, pero ahora hemos sido vivificados juntamente con Cristo. Su perdón no solo limpia, sino que transforma. Nos convierte en nuevas criaturas, nos da propósito y nos impulsa a perdonar también a los demás. El que ha experimentado el perdón de Dios no puede seguir viviendo en el rencor o la culpa, porque sabe que fue perdonado sin merecerlo. El perdón de Dios nos enseña a perdonar.

A través de la historia bíblica, vemos cómo el Señor ha extendido Su misericordia una y otra vez. David fue perdonado después de su pecado, Pedro fue restaurado después de negarlo tres veces, y Pablo —quien antes perseguía a los cristianos— fue transformado en apóstol del evangelio. Esto nos enseña que no importa cuán lejos hayamos caído, Dios siempre está dispuesto a perdonar si nos acercamos con fe y arrepentimiento genuino. Su gracia no se agota, Su amor no se debilita, y Su misericordia es nueva cada mañana.

El perdón de Dios no solo nos libra del castigo eterno, sino que también nos da paz en el presente. Vivir bajo la certeza del perdón es vivir con el corazón liviano, sin la carga de la culpa ni el peso de la condenación. En Cristo tenemos la seguridad de que nuestros pecados fueron clavados en la cruz y que Su resurrección es la prueba de nuestra justificación. Ya no vivimos en tinieblas, sino en la luz de Su gracia. Somos hijos redimidos por Su sangre.

Amigo, si sientes que tu corazón está cargado, si piensas que tus faltas son demasiado grandes, recuerda esto: el mismo Cristo que perdonó a los colosenses, a Pedro y a Pablo, hoy extiende Su mano hacia ti. No hay vida que Él no pueda restaurar. Solo acércate con fe, arrepiéntete y recibe Su perdón. Él te limpiará y te dará una nueva oportunidad. Solo en Cristo hay perdón de pecados. Él murió y resucitó para que tengas vida eterna, para que cuando todo termine puedas morar con Él en gloria. Hoy Su sangre sigue teniendo poder. Acércate a la cruz y permite que ese amor infinito transforme tu vida para siempre.

Venid, adoremos y postrémonos
¡Soberbio! Deja tu jactancia, eso es malo

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